sábado, 7 de marzo de 2009

De Relaciones y Negociación

Las personas somos seres eminentemente sociales que, salvo en las contadas ocasiones en las que la soledad permite sedimentar y madurar sensaciones, experiencias y expectativas, nos pasamos la vida en espacios compartidos en los que desarrollar y posicionar nuestras aspiraciones. Y lo solemos hacer desde posiciones eminentemente competitivas, cuando no beligerantes, apalancados en aquellas facultades que nos facilitan el posicionamiento.

Resulta bastante llamativo que el debate entre opiniones, posiciones, visiones y quereres los hagamos mucho más frecuentemente desde la confrontación que desde el diálogo, aun cuando la cosa democrática rebose por todos nuestros poros. Hasta en las conversaciones más intrascendentes tendemos oir antes que escuchar; cuando el otro aún no ha concluido su intervención estamos muchas veces poniendo a punto la nuestra sin reparar demasiado en nuestro interlocutor, éso, cuando no saltamos directamente a su yugular interrumpiendo su discurso. Cuando el grupo supera las dos personas la jaula de grillos de armonías disonantes es el pan nuestro de cada día.

Ocurre, además, que las sensaciones con las que concluyen las discusiones son en muchas ocasiones insatisfactorias. Aunque en alguna ocasión parece que llevamos la voz cantante e imponemos nuestra particular visión de la jugada, no son pocas las veces en que quedamos con cierto atisbo de frustración. Tenía o menos voz o menos educación. Puede que más de una vez la razón haya tenido que inclinar la cabeza ante la fuerza o la manipulación.

Me da la sensación de que esta lógica, tan frecuente en nuestros comportamientos, se basa en que nuestros procesos relacionales, incluso los más íntimos, tendemos a plantearlos desde nuestra razón, nuestra legitimidad o nuestras fortalezas. ¿Cuáles son inevitablemente las consecuencias? Pes, el choque entre legitimidades con dos posibles resultados: La victoria de una de las partes y, por consiguiente la derrtota de la otra, o el empate infinito. Parece bastante claro que de una victoria no compartida o de un escenario frustrante es difícil que pueda derivarse satisfacción y concordia.

Los debates, encuentros, negociaciones planteados como un contraste de legitimidades es difícil que concluyan bien porque los contendientes tienden a acumular fuerzas con lo que la tensión aumenta y las opciones de acuerdo disminuyen. Es posible que la victoria se incline en una de las direcciones, pero no es difícil que se convierta en una victoria pírrica, porque no habrá convencido sino ganado a corto plazo.

Cuando el objetivo es el acuerdo, la vertebración, la sensación de victoria compartida, ya sea en el grupo, la política o la pareja, es más inteligente partir de las necesidades e insuficiencias(alguien las denominaría debilidades) que de las fortalezas yde las legitimidades. Legtimidades y verdades no coincidentes invitan a la confrontación; la puesta en la balanza de oportunidades y complementariedades conducen más eficientemente al acuerdo. Y en el acuerdo reside el éxito. Reconocer que la verdad del otro, aunque no coincida con la mía, es tan merecedora de respeto como si la hubiera parido yo es indispensable para construir algo que se aproxime a la armonía. Josu Jon Imaz lo expresó con clarividencia cuando propuso como marco de la negociación aquello de NO IMPONER NO IMPEDIR.

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