sábado, 18 de abril de 2015

Shakespeare, mi mundo casi perdido o persiguiendo a Shakespeare desesperadamente

De un tiempo a esta parte estoy percibiendo con mayor fuerza, si cabe, la frustración, más que  angustia, de la cortedad de la vida vista desde una madurez muy madura, para poder abordar alguna de las muchas asignaturas pendientes a lo largo del recorrido vital. Nunca hubiera supuesto que una de esas materias fuera Shakespeare. Aunque lector casi desde la cuna, he tenido la virtud o el defecto, según se mire, de estar muy enganchado a mi faceta profesional con lo que mis lecturas, aunque abundantes, estaban fundamentalmente orientadas al entretenimiento sin muchas alharacas, eso sí muy centrado en la novela histórica y en los aconteceres bélicos entre las que me muevo con cierta soltura.
La literatura clásica nunca me resultó atractiva, probablemente porque siempre la vi como un tipo de asignatura peñazo, íntimamente relacionada con análisis sintácticos, biografías que no me decían nada y estilos, corrientes o escuelas literarias que aún me decían menos. Uno de esos días de una adolescencia atribulada por una inflamación de deberes notable me impusieron la lectura de algún capítulo del Quijote y acabé más atribulado y confundido que el Personaje puesto que no entendía, o no supe entender nada, a lo que al aburrimiento se añadía por mis escasas luces, en contraste con las alabanzas y abalorios que el profesor presentaba en torno a caballero y escritor.
No cabe duda que cuando una sensación, un estado emocional arraiga y se convierte en convicción resulta muy difícil incursionar de motu proprio en territorio comanche. Shakespeare pertenece al género y por tanto, siempre tuve la preocupación de pasar a través suyo cuando me tocó, como el rayo de sol por la ventana, sin romperlo ni mancharlo, vamos que ni me enteré. Es verdad que años después comprobé que era una fuente habitual de inspiración para gentes poco sospechosas de vulgaridad como Verdi, con quien mantengo una buena relación, Mendelshon, Berlioz o el propio Wagner. Si hubiera mostrado alguna sensibilidad en el mundo de las artes plásticas también hubiera encontrado a Sir William como fuente inspiradora. El asunto me llamó la atención sin que ello bastara para modificar mis creencias. A lo más que pude llegar es que, en cualquier caso, no estaba a mi alcance, no era asunto mío.
En esas andaba, cuando una amiga, conocida desde hace dos años, pero sentida como desde toda la vida, me mostró con absoluta naturalidad cómo Shakespeare era la síntesis, el compendio de todas las artes, las emociones, el drama, la comedia o el simple divertimento. La amistad otorga y concede confianza pero el enamoramiento suele tender a la subjetividad. Pero, héteme aquí, que de un tiempo a esta parte me vengo encontrando constantemente con la eximia figura en autores de peso y poso como Thomas Mann, Javier Marías que estoy empezando a degustar. He descubierto a Shakespeare en formato estratega, haciendo referencia como mínimo a la aproximación del bosque de Birnam al castillo de Macbeth en notas de Napoleón o en técnicas de estrategia empresarial impartidas en Harvard. Aparece lo mismo en obras de ética, como de sociología. Aunque no tengo ninguna referencia no me extrañaría que hasta la ingeniería tuviera algo que agradecer al personaje

Mis convicciones, al menos en lo que respecta a Shakespeare se tambalean. Aunque personalmente lo veo muy lejano empiezo a percibirlo como una deidad que todo lo ilumina. Al parecer no existe arte ni condición que no esté sublimada en el fecundo taumaturgo. ¿Qué puedo hacer una vez que mi vida ha transcurrido huérfana de Él? Cuando mi paciencia, mi tiempo y mi solvencia son limitados; cuando las neuronas fragilizan y disminuyen. No sé, se me ocurre una idea que no sé si dará resultado. He acudido a mi proveedor de confianza, Amazon, y le he pedido consejo. --Me ha respondido: -- Mira, para empezar te mando tres volúmenes con las Tragedias, Los Dramas Históricos y las Comedias (contra el óbolo correspondiente). Así que dicho y hecho, los he colocado presidiendo la estantería de mi literatura favorita, para ver si por influjo, infusión o simple transmisión telepática, me transmite algo de lo que me he perdido, aunque no termine de leerlo.