miércoles, 9 de mayo de 2012

Nueva York, una ciudad de mil caras

He tenido la oportunidad y la suerte de pasar una semana larga en Nueva York y he quedado prendado de la ciudad, sus valores y sus contradicciones. Nueva York es una ciudad de grandes contrastes donde las emociones estallan a flor de piel dejando una huella imborrable. Las calles de Manhattan, vistas desde los pisos 102 u 86 del Empire State semejan profundos y estrechos cañones hundidos en un subsuelo dominado por gigantescas hileras de rascacielos. Uno tiene la sensación de poder caminar saltando las calles de hilera en hilera.  Vista la ciudad desde este techo ya no parecen tan extravagantes y habilidosas las acrobacias de
Spiderman o Superman.

El mar de luces que allí aparece semejan una constelación de estrellas ancladas a mis pies.  Rascacielos inmensos en Manhattan, auténticos generadores de contracturas cervicales de tanto mirar hacia arriba, contrastan con edificios de dos, tres o cuatro alturas en el barrio de Staten Island, desde donde se divisa todo el Skyline de Wall Street o el Puente Colgante de Brooklyn.

En Nueva York se puede decir que la vida va por barrios. El elegante y geométrico Manhattan, centro del comercio de alto estanding; con su Quinta Avenida a modo de espina dorsal de la isla; con la Calle 47,
como escaparate permanente de joyas y diamantes; los infinitas e impactantes paneles destellantes de neón anunciando lo mismo películas, obras de teatro, perfumes de moda o lencería que iluminan y envuelven a los paseantes en halos de fuego; o la milla de museos como el Gugenheim y la Biblioteca Pública o la Gran
Estación Central. Central Park es, sin duda, un respiro verde para tantas sensaciones.
Harlem irradia Gospel por todos sus poros. En la parte más elegante del barrio destaca la Universidad de Columbia. El recuerdo de reverendos, genios del Jazz como Duke Ellington o revolucionarios como Malcom X presiden en forma de monumentos algunas de sus rotondas más significativas. El Bronx es en
buena medida la cara opuesta del gran Manhattan. Pobreza, miseria y conflictividad aparecen por doquier. Las casas presentan barrotes, al menos en la primera planta, y hasta las mismas escuelas tienen algún tipo de
alambrada en la parte superior de las vallas.  Hay zonas en las que la propia la policía es remisa a entrar y menos a frecuentar. Me ha resultado muy llamativo observar establecimientos de abogados con formato de
tienda a nivel calle, donde en sus luminosos se ofrece ayuda ante cualquier exceso, incluso policial.

Nueva York es plural, multiétnica y multicultural y esa es una de sus grandes riquezas y mayores atractivos. Da la impresión que allí conviven todas las razas y comunidades del mundo mundial. Probablemente por eso es tan acogedora. Es imposible sentirse extranjero, guiri en esa metrópoli. Sin embargo eso no obsta para
que existan subbarrios en los que prevalezca una etnia o una cultura concreta. Zonas de dominicanos o
portorriqueños en Bronx, afroamericanos en Harlem, judíos jasídicos en Brooklyn o militares retirados y
judíos de clase media alta, mayoritariamente laicos, en Queens.

Es de destacar Chinatown y la Pequeña Italia en el sur de Manhattan como auténticos centros de referencia para las compras de recuerdos y falsificaciones de calidad y practicar gastronomía del spaghetti.  La Zona Zero presenta un fuerte componente simbólico y adicionalmente de actividad constructora o reconstructora desaforada. Está muy avanzado el rascacielos que reemplazará y recordará a las Torres Gemelas. El recuerdo a las víctimas del atentado terrorista del 11S de 2001 es una constante de la ciudad. Su recuerdo se extiende apareciendo, por ejemplo, en forma de placas con nombres de víctimas situadas en los bancos que circundan el círculo de homenaje a John Lennon en Central Park. También se muestra un fragmento del
Worl Trade Center en el Portaviones Intrepid, situado en el Peer nº 86 y, por supuesto ese recuerdo es una
constante en las Iglesias de la Trinidad y de San Pablo situadas allí o en el Museo allí emplazado.
Caminar por Manhattan es de obligado cumplimiento.

Aunque las distancias parezcan grandes, la variedad de gentes, comercio y almacenes de todo tipo, luminarias de un cromatismo exuberante, gentes apresuradas a modo de grandes torrenteras desplazándose de aquí para allá, convierten el paseo en un espectáculo vívido y continuo o los carritos de perros calientes en todas las esquinas, con su aroma característico, alivian con creces el posible cansancio. La geometría perfectamente cuadriculada de avenidas y calles con sus denominaciones numéricas facilitan extraordinariamente la orientación.  Las calles van de la 1 a la 207, de manera que la 1 está en el sur y la 207 al norte y se extienden de este a oeste. Las calles van cruzadas por 12 avenidas, de 22 Km cada una, que van de norte a sur. Así de simple y de práctico. Cuando uno se cansa tiene normalmente algún metro a mano, fácil de entender y bastante barato, con el que desplazarse prácticamente a cualquier sitio.

No es necesaria una coartada especial para visitar Nueva York. Yo la tenía por la oportunidad de acudir a
uno de los Templos de la Ópera, el Metropolitan Opera House, situado en el Lincoln Center. Allí he podido
disfrutar con la música de Gounod, Häendel y Puccini, mientras celebraba la salvación de la Margarita de Fausto o me estremecía ante la muerte tuberculosa de Mimi o el sufrimiento de Cio Cio San haciéndose el Sepuku en Madama Batterfly.

 En fin, una experiencia magnífica y enormemente atractiva. No es de extrañar que mucha gente repita y, si se pusiera a tiro, yo también.

A diez horas de la Final de la Europa League

No se si porque estamos a diez horas de la final europea que juega el Athletic tras 35 años de espera, porque escribir alivia algo mi ansiedad, por la razón que sea no puedo menos que referirme a esta especie de locura colectiva que lo impregna y lo inflama todo.  ¿Es una cataplasma, un curalotodo puntual, una pomada para lubricar nuestra maltrecha economía, apartar, siquiera por un momento el hartazgo de los más próceres, que no saben por donde les da el aire, y ponen todo su afán en ajustar, recortar, cercenar sueños e ilusiones.
En una sociedad gris, en buena medida desarmada y amortizada, descreída de valores y de apuesta a medio y largo plazo, héteme aquí que surge el Athletic como de entre las cenizas de una espera larga y tediosa y se lleva al personal de calle, metido a calzador voluntario en un vehículo, que no se muy bien si es autobús o globo;  y encandila y devuelve la alegría (siquiera puntual) y la sonrisa y las ganas de vivir y de soñar desde la banalidad, sí, pero desde una banalidad identitaria, aglutinadora de toda la sociedad, de todos los estratos sociales, compartiendo una vivencia colectiva en los signos principales son el abrazo y el cántico.
¿Es contraproducente, es nocivo, es pan y circo? o ¿es una muestra de que las sociedades pueden emerger con liderazgos ilusionantes?.  No tengo la respuesta y, ya sé, ya sé, que hay que tener mucho cuidado con el populismo, la intransigencia, el populismo o, incluso, los fascismos, como estamos viendo por doquier.  Pero, ahí, en lo más íntimo, sueño que una persona, una sociedad pueden engrandecerse partiendo de la debilidad y la desproporción, como el Athletic, soñando y compartiendo más allá del sentido común y de la lógica de estos tiempos.