martes, 1 de septiembre de 2015

El aroma de Javier Bengoetxea

Ayer te despedimos en los Santos Juanes. Nos dejaste casi por sorpresa, humilde, apasionado de la vida y del compromiso. de un compromiso militante por la concordia, la reconciliación, la paz. Nunca te conformaste con el ya vendrán tiempos mejores, ya irá mejorando la convivencia en nuestro pueblo. Eras hombre de pensamiento y acción, Te dolía en el alma un pueblo herido por la injusticia, la intolerancia.Te dolían las personas más preocupadas de tener las manos en los bolsillos, calientes, inmaculadas y echabas de menos aquellas que extienden las manos fuera del refugio, ofrecidas al otro, a los demás, no importaba su posición intelectual o política. Mucho menos si era una de tantas y tantas víctimas silentes, anónimas, sufrientes que anidan entre nosotros. Pero tu generosidad no se consumía, no se conformaba con lo local. Tus análisis, reflexiones y aportaciones llegaban a Iberoamérica, al Sahara, allí donde la injusticia y la incomprensión tomaba carta de naturaleza. Tenías muy claro que las grandes redes de la generosidad colectiva se nutren de los detalles diarios, pequeños, de personas como tú. Te conocí hace apenas tres años, sensibilizado y movilizado con herramientas entre tus manos como el testimonio de Glencree como camino de reconciliación entre dispares idénticos en el sufrimeinto y la necesidad y tuvimos ocasión de montar dos sesiones públicas en Deusto de sensibilización y reflexión Mostraste una vía de mucho más calado que la mera convivencia. Javier, eras, eres, aroma de reconciliación.

domingo, 26 de abril de 2015

Hablando de ideologías

Tengo para mí que por ideología entenderse aquellas ideas y valores fundamentales para una persona que condicionan su recorrido vital. Desde que los homínidos descubrieron su capacidad de abstracción fueron descubriendo las incertidumbres del futuro transformándose poco a poco en seres humanos. Y fueron dotándose de habilidades, más allá de las típicamente instintivas, y competencias que paso a paso fueron cristalizando en valores y creencias que resultaron enormemente útiles para el posterior desarrollo de la especie. Dichos valores y creencias que de una manera u otra afectan a todo ser humano constituyen la base de la ideología. Pero si una de las características básicas de la ideología es peculiaridad personal, la otra, igualmente importante, es su imprescindible proyección más allá de la persona, es decir, hacia el otro o los otros. Yo no creo que se pueda hablar de ideología en términos de estanqueidad personal porque perdería toda su funcionalidad que es la de dar, obtener, compartir respuestas colectivas ante una causa, un fenómeno que trasciende la persona en la misma medida que el ser humano es un ente social por su propia naturaleza.
A partir de esa consideración cabría hablar de ideologías conservadoras, transformadoras, contemporizadoras en orden a sus finalidades básicas que alimentan más y más el carácter social del ser humano. Cualquier acción meditada tiene algún tipo de objetivo y, en su recorrido, afecta al otro o los otros con o sin su aquiescencia. Si yo decido expatriarme al Satélite de Júpiter IO para vivir un anacoretismo a ultranza dejo en mi estela huellas de afectación. Pero lo normal dentro del espíritu humano es la búsqueda de complicidades, afinidades que le ayuden en su recorrido generando espacios de identificación colectiva, de generación de identidades, de espacios compartidos tratando de generar seguridades, disminución de riesgos, plataformas desde las que seguir avanzando.

Profundizando en la idea de las ideologías se puede llegar a otras consideraciones: tendencias de apertura o exclusión, de tolerancia o intolerancia, de tendencia a la dominación o a la transacción. La historia de la humanidad está repleta de todas ellas. En el mundo complejo que habitamos el lanzamiento o mantenimiento de ideologías excluyentes, intolerantes, no parece una respuesta práctica a medio y largo plazo. Hoy no es posible encastillarse en posiciones rígidas en términos filosóficos, sociológicos o religiosos porque, aun cuando en el corto plazo parezcan obtener resultados están condenadas a ser abrumadas por movimientos de imposible freno. Es mucho más inteligente, pactar y sincretar sin caer en el relativismo; es más, de hecho es mucho más acorde con la experiencia humana.

sábado, 18 de abril de 2015

Shakespeare, mi mundo casi perdido o persiguiendo a Shakespeare desesperadamente

De un tiempo a esta parte estoy percibiendo con mayor fuerza, si cabe, la frustración, más que  angustia, de la cortedad de la vida vista desde una madurez muy madura, para poder abordar alguna de las muchas asignaturas pendientes a lo largo del recorrido vital. Nunca hubiera supuesto que una de esas materias fuera Shakespeare. Aunque lector casi desde la cuna, he tenido la virtud o el defecto, según se mire, de estar muy enganchado a mi faceta profesional con lo que mis lecturas, aunque abundantes, estaban fundamentalmente orientadas al entretenimiento sin muchas alharacas, eso sí muy centrado en la novela histórica y en los aconteceres bélicos entre las que me muevo con cierta soltura.
La literatura clásica nunca me resultó atractiva, probablemente porque siempre la vi como un tipo de asignatura peñazo, íntimamente relacionada con análisis sintácticos, biografías que no me decían nada y estilos, corrientes o escuelas literarias que aún me decían menos. Uno de esos días de una adolescencia atribulada por una inflamación de deberes notable me impusieron la lectura de algún capítulo del Quijote y acabé más atribulado y confundido que el Personaje puesto que no entendía, o no supe entender nada, a lo que al aburrimiento se añadía por mis escasas luces, en contraste con las alabanzas y abalorios que el profesor presentaba en torno a caballero y escritor.
No cabe duda que cuando una sensación, un estado emocional arraiga y se convierte en convicción resulta muy difícil incursionar de motu proprio en territorio comanche. Shakespeare pertenece al género y por tanto, siempre tuve la preocupación de pasar a través suyo cuando me tocó, como el rayo de sol por la ventana, sin romperlo ni mancharlo, vamos que ni me enteré. Es verdad que años después comprobé que era una fuente habitual de inspiración para gentes poco sospechosas de vulgaridad como Verdi, con quien mantengo una buena relación, Mendelshon, Berlioz o el propio Wagner. Si hubiera mostrado alguna sensibilidad en el mundo de las artes plásticas también hubiera encontrado a Sir William como fuente inspiradora. El asunto me llamó la atención sin que ello bastara para modificar mis creencias. A lo más que pude llegar es que, en cualquier caso, no estaba a mi alcance, no era asunto mío.
En esas andaba, cuando una amiga, conocida desde hace dos años, pero sentida como desde toda la vida, me mostró con absoluta naturalidad cómo Shakespeare era la síntesis, el compendio de todas las artes, las emociones, el drama, la comedia o el simple divertimento. La amistad otorga y concede confianza pero el enamoramiento suele tender a la subjetividad. Pero, héteme aquí, que de un tiempo a esta parte me vengo encontrando constantemente con la eximia figura en autores de peso y poso como Thomas Mann, Javier Marías que estoy empezando a degustar. He descubierto a Shakespeare en formato estratega, haciendo referencia como mínimo a la aproximación del bosque de Birnam al castillo de Macbeth en notas de Napoleón o en técnicas de estrategia empresarial impartidas en Harvard. Aparece lo mismo en obras de ética, como de sociología. Aunque no tengo ninguna referencia no me extrañaría que hasta la ingeniería tuviera algo que agradecer al personaje

Mis convicciones, al menos en lo que respecta a Shakespeare se tambalean. Aunque personalmente lo veo muy lejano empiezo a percibirlo como una deidad que todo lo ilumina. Al parecer no existe arte ni condición que no esté sublimada en el fecundo taumaturgo. ¿Qué puedo hacer una vez que mi vida ha transcurrido huérfana de Él? Cuando mi paciencia, mi tiempo y mi solvencia son limitados; cuando las neuronas fragilizan y disminuyen. No sé, se me ocurre una idea que no sé si dará resultado. He acudido a mi proveedor de confianza, Amazon, y le he pedido consejo. --Me ha respondido: -- Mira, para empezar te mando tres volúmenes con las Tragedias, Los Dramas Históricos y las Comedias (contra el óbolo correspondiente). Así que dicho y hecho, los he colocado presidiendo la estantería de mi literatura favorita, para ver si por influjo, infusión o simple transmisión telepática, me transmite algo de lo que me he perdido, aunque no termine de leerlo.

domingo, 5 de abril de 2015

Mi impresión sobre el libro "Todas las almas" de Javier Marías

Acabo de terminar de leer “Todas las almas”. Ha sido una lectura como a sorbitos, pausada en términos temporales (un mes para doscientas veinticinco páginas de un formato de bolsillo), aunque realmente agitada, mejor dicho acelerada, habida cuenta que el momento de lectura coincidía con esos primeros momentos del día activo, tras un desayuno igualmente apresurado, compartiendo espacio mental con la planificación de la mañana, dominada claramente por la función ama de casa y en segundo término por el oficio de mentor, principalmente martes y jueves. Aunque creo ser un tipo que resuelve razonablemente la concentración necesaria de cara al aprovechamiento de la tarea entre manos, la mirada furtiva al tirano reloj me ha condicionado no poco el proceso. De ahí esa inevitable fluctuación entre jornadas de diez minutos miserables y otras de cuarenta minutos más convincentes.
 Ante todo te diré que me ha gustado. Es pronto para apuntarme como devoto de la causa Marías (he descubierto que tiene una variada feligresía) pero el recorrido irregular por las diferentes almas del libro ha dejado un rosario de pistas y sensaciones, cuando menos, interesantes. Me ha gustado mucho la estrategia de relato en la que el yo omnisciente adopta una posición de calculada ambigüedad. Es un método de camuflaje perfecto que le permite jugar entre el “yo” y el “no yo” a sus anchas sumiendo al lector profundo en cierta angustia vital. Funciona al modo y manera de un prestidigitador que conduce por una vía lógica que en más de una ocasión se transforma en un espejismo. Los lectores, me parece a mí, tendemos a identificarnos o a aproximarnos con / y a los protagonistas de la ficción permitiéndonos recrear mundos accesibles a esos sueños literarios. Reconozco que he empatizado en muchos momentos y en el conjunto de la obra con el narrador. He paladeado su soledad, su orfandad en ese mundo entre claustrofóbico y de terciopelo y oropel del Oxford académico y urbano. Esa imagen de mirar desganadamente por la ventana un domingo cualquiera  desgranando los minutos con una lentitud apabullante sintiéndose como un alienígena en el centro de un medio extraño; o la de los paseos por las calles de la ciudad, también los domingos, sin un rumbo definido, con la limitación añadida de su pequeña dimensión, me recuerdan a ciertas fases de mi vida en las que, desde la interpretación de mi yo actual ofrecen alguna similitud. El narrador, Javier Marías o ambos manifiestan una nítida condición de supervivencia. Presentan una gran resiliencia a la depresión, incluso al desencanto. Son, es capaz de reaccionar ante detalles que le reconducen al equilibrio: Será la gitana que ofrece mercaderías frente a su ventana, un tipo con un perro que le introduce en una asociación de furibundos seguidores de Gawsworth (el rey escritor, soberano de una diminuta isla), la opción de recurrir a la vieja librería alcanforada, son recursos valiosos para romper la peligrosa senda del aburrimiento o la depresión para recuperar el equilibrio a través de los detalles. Elementos circunstanciales más o menos buscados, pero siempre aprehendidos, son capaces de poner suelo al agujero abstracto en que podía verse recluido, proporcionándole el ajustado equilibrio para la supervivencia intelectual y física. Salvando las distancias, simpatizo con el personaje.
Deja puntos oscuros. No muestra el proceso de aproximación a Clara Bayes, su sostén emocional y carnal a lo largo de su estancia oxfordiana. Se trata de una mujer dominadora, equilibrada, segura de sí misma, fuerte, capaz de dirigir y digerir el parejeo, pero que en el momento de la despedida, allí en la habitación del hotel, desentraña su coraza dejando entrever la angustia de niña y mujer ante la carta y poso de infidelidad que pone sobre la mesa su madre ante su padre en la India. La verdad, la sinceridad excesiva, aunque sea legítima y aplaudible, nunca debe obstaculizar el equilibrio y la armonía, aunque tengan elementos ficción, de engaño. Muy interesante la personalidad de la chica que marca el adulterio en unos límites estrictos que no pongan en riesgo familia, equilibrio, sosiego. Qué mejor coartada que no preguntar, no pedir ni dar explicaciones. La realidad no está construida sobre acciones concretas sino sobre lo que debe ser, lo que interesa. No, no se trata de apariencia, sino de una realidad enebrada en lo correcto, en lo que proporciona estabilidad y, desde ella, sosiego, templanza, añoranza tranquila, perdurabilidad. No se sabe, no se conoce lo que no interesa saber o conocer, aquello que perturba la conveniencia. Es un ambiente de lata de conserva que dura y dura como las pilas de duracell. Naturalmente es difícil asumir desde lo meridional, o simplemente desde lo masculino esa ausencia de poder, esa subordinación al control de ella, pero el tipo lo entiende y lo llega a aceptar. No es Muriel, la chica “no gorda” ocasional, quien facilita la tarea de requilibrio, salvo por lo que pudiera entenderse como “una limpieza de bajos” en el mes de corte impuesto por Clara, por su dedicación completa al hijo enfermo. Tampoco dice nada sobre la razón de ser de su estancia en Oxford. Ni una palabra, ni un pensamiento sobre sus lecciones y sus alumnos. Y esto es algo realmente sorprendente. Es verdad, que vive solo, que no tiene un entorno suficientemente íntimo para descargar el día a día. Ese no comentario parece acentuar su condición de paracaidista sin intención de dejar otra huella que la puramente emocional y relacional en un círculo íntimo de dos o tres personas. No dice nada de sus dificultades y de su progreso docente. A mí me suena no sé si a falta de compromiso o a asegurar una vuelta a Madrid sin mirar atrás. Estar y no estar. Nuevamente el juego del yo y el no-yo. Otra vez el truco, el trilero Marías. Aquí me identifico mucho menos con el narrador, con el Marías.
Un personaje curioso que sirve a Macías o al narrador para sus artimañas es el viejo ordenanza que ora vive en el presente, ora vive en el pasado y para quien el futuro es unas veces presente y otras pasado. El tiempo desaparece, deja de existir, no cuenta. Todas las almas desfilan continuadamente entremezclándose entre sí y con los demás y con el tiempo. Es Imperio Británico, Phileas Fogg, inmutable; predecible de puro organizado, planificado, sin un resquicio a la improvisación, a la innovación; flema británica, delgada línea roja frente a los estruendosos tambores de cambio. Un símbolo de la globalidad universal inglesa: única, imperturbable, aislada, decadente. Oxford. Oxford y los trenes. ¿Podría imaginarse alguien un Reino Unido sin trenes? Trenes en la metrópoli; trenes en las colonias; trenes para transportar proletarios a las urbes fabriles o para albergar alguna de los mejores marcos para la concepción y el asesinato, como el Orient Express. Trenes donde residen los primeros grandes cajones del palacio de la memoria del gran historiador Tony Jud y que condicionan y configuran su reflexión y su curiosidad por el paisaje del territorio, de los países y de los pueblos. Trenes que servían para los desplazamientos del narrador en sus aventuras exploratorias y lúdico-amatorias. Trenes. Yo viví hasta los catorce años en un tercer piso que proyectaba la sombra de su pequeño balcón sobre las vías del tren de Bilbao a Santurce y Triano. El pensamiento, la recreación, las vivencias de trenes, grúas, locomotoras, vagones de de mercancía; el movimiento portuario, los barcos, me congratulan con la Clara Bayes niña observando fija y continuadamente el Ganges (no me acuerdo si era realmente ese río), el puente que lo sobrevolaba y los trenes que, en este caso, circulaban con aleatoriedad de la imprecisión horaria.

No soy ningún experto en análisis literario, más bien soy un ignorante pleno. Por hacer algún comentario apunto que su estilo es culto, denota densidad, profundidad. Está alejado del habitual actual de corte periodístico, ligero, espumoso, tan fácil de leer que discurre como los rayos del sol a través de los cristales, sin rayarlos, ni mancharlos, dejando poca o ninguna huella. En “Todas las almas” los párrafos son densos, largos, no se limitan a expresar una idea sino que conjugan varias, permitiéndose flash back y algún que otro salto adelante. La acción y el pensamiento se mezclan continuamente, no dejando demasiados huecos a la interpretación lectora.  El manejo del idioma es brillante y utiliza fórmulas retóricas que me resultan muy interesantes y atractivas: el uso frecuente de paradojas afirmativo negativas como el uso del yo y del no yo o del estar y no estar, ser y no ser. Ese tipo de figura literario dota de una ambigüedad expresiva que da muchísimo juego a todo ese juego de contradicciones, emociones, ambivalencias tan típicas de la personalidad humana, que permiten construir ese conjunto de elementos de generosidad y villanía tan típico de las personas.