martes, 16 de junio de 2009

Desfallecimiento, impotencia y, sin embargo, esperanza


Ayer nuevamente ocurrió lo que ya había ocurrido seis días antes, y hece tres meses y hace seis meses y, hace, algo más tiempo, casi dos años. El ritual se repite y despliega su horror por la víctima directa y por su entorno más próximo, solo que cada vez con mayor frecuencia.


Las ideas y las palabras resultan inconsistentes, dramáticamente banales ante la tozuda realidad de una problemática enquistada que, apenas deja resquicios a la luz. La primera sensación, el primer golpe es de desfallecimiento: Otra vez, una vez más, ..., respiración muy honda, angustiada; lasitud, niebla en mi mente, cansancio, ...


Luego viene una impotencia pesada que se mueve entre la caricia y la exigencia; entre la comprensión y la tutela carcelaria. Buscando un signo de luz que no aparece. Impotencia, vacío, negrura.


Un sollozo, unas lágrimas que se me escapan, incontenibles, aunque cortas, parecen abrirse paso a duras penas por alguna grieta de su dura coraza. Se estremece, y empieza a salir de ese éxtasis destructivo que la envuelve. Poco a poco vuelve a ser ella y termina siéndolo más que nunca cuando desde una cercanía estrecha y caliente me inunda y me colma y me calma.


Vuelvo a creer, vuelvo a esperar esperanzado. Cambio trono y pesar y angustia y dolor por una caricia, por un gesto, por la vida. Mi corazón se esponja, mi cabeza se libera, todo mi ser cobra nuevos bríos y se desborda en una gran emoción y una nueva mayor claridad ilusionada.


No quiero engañar ni engañarme, el camino es tortuoso, duro y difícil, con frecuentes socavones, pero también con mojones que alientan el progreso y el avance. Qué importan los moratones si la ternura me arrastra y me lleva.