sábado, 25 de noviembre de 2023

El constructo de la conciencia

 


EL CONSTRUCTO DE LA CONCIENCIA 





ÍNDICE


1 PRIMERA PARTE: CÓMO SE CONSTRUYE LA CONCIENCIA................ 2

1.1 El estado del arte de la conciencia en la moderna neurociencia........ 2

1.2 La conciencia como fenómeno ante la realidad................................. 3

1.3 La percepción de la realidad.............................................................. 6

1.4 La identidad del yo personal.............................................................. 8

1.5 El libre albedrío................................................................................ 10

 

2 SEGUNDA PARTE: LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA MORAL...... 11

2.1 La chispa de la existencia................................................................. 11

2.2 El principio esperanza...................................................................... 12

2.3 La construcción de la esperanza...................................................... 14

2.4 La esperanza en la realidad de la vida.............................................. 15

2.5 El escenario de trabajo de la religión............................................... 17

2.6 Mi visión de la conciencia en “A fe mía”.......................................... 18


 

BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………….. 20


 

EL CONSTRUCTO DE LA CONCIENCIA

 

Cuando a finales de junio me hice con el libro de Anil Seth sobre la” Creación del yo” estaba muy lejos de suponer las sensaciones y satisfacción que me ha ocasionado su atenta lectura. El título me resultaba atractivo y la recomendación de la Librería Cámara acerca de la conveniencia de su lectura añadía seducción. A la vez, profundizar en torno al yo y la conciencia desde la perspectiva de las neurociencias me producía una cierta intranquilidad: ¿añadirá perplejidad, dudas a mis convicciones? ¿Dejará en fuera de juego algunos o la totalidad de pensamientos y afirmaciones que aparecen en el primer capítulo de mi libro A fe mía” que se titula “La conciencia, ese yo personal”?

 

1.     PRIMERA PARTE: CÓMO SE CONSTRUYE LA CONCIENCIA

 

1.1     El estado del arte de la conciencia en la moderna neurociencia

La neurociencia moderna define la conciencia (consciencia) como la capacidad específica de los seres humanos para reconocerse a sí mismos, de tener conocimiento y percepción de su propia existencia, de su entorno. Es como una autoafirmación del yo personal y la expresión de sus contenidos, principios, marco, compromisos. El enfoque que se sigue tiene que ver con la consideración de la consciencia como un fenómeno observable y estudiable con las reglas típicas de los análisis fenomenológicos, metodología cada vez más presente en las diferentes disciplinas científicas.

El conocimiento y percepción de la realidad y de la propia realidad del ser humano no lo abarca ni contiene todo sino que abunda en aquella realidad que, sin ser integral, ni total, le permite sobrevivir con un éxito razonable en el mundo, manteniendo sus constantes vitales e intelectuales con unas perspectivas acordes a sus propias limitaciones.

Tanto la realidad exterior como la interior obedecen a conjeturas perceptivas provenientes del catálogo de patrones acumulados en la mente por las diversas experiencias vitales, que son afinados merced a las señales que los sentidos van remitiendo, asegurando y confirmando el pronóstico inicial o, en ocasiones, negándolo o modificándolo, circunstancia que permitiría habilitar nuevas experiencias que pasarían a incorporarse al inventario de experiencias y creencias disponibles. La conjetura final, aquella que lleva a la identificación última o al discernimiento, se produce mediante aproximaciones sucesivas propiciadas por los sentidos siguiendo técnicas de probabilidades bayesianas, que persiguen la opción de mejor probabilidad. Cuando existe un consenso suficiente respecto de la comprensión de un objeto o temática concreta se puede hablar de una realidad compartida. Ese lienzo de creencias, valores y experiencias viene a ser una especie de autoamaestramiento tendente a mejorar las condiciones de supervivencia del sujeto, incluso de una colectividad determinada.

Aunque el yo personal se percibe de una manera integral, única, existe consenso en su desdoblamiento en los yoes narrador, social y volitivo al objeto de favorecer su análisis y comprensión. El yo narrador viene a referirse al yo biográfico de la persona, construido a lo largo de la vida vivida. El yo social trata de la capacidad personal para relacionarse en el mundo con los otros. A través del yo social no solo se percibe a los otros sino también el impacto que los demás logran en uno mismo. El yo volitivo tiene sobre todo que ver con la capacidad de hacer recorrido, de construir futuro. Resulta evidente que el recorrido autobiográfico está íntimamente relacionado con la capacidad de relación y la construcción de futuro y resulta esencial de cara a la identidad personal.

El estado del arte de las neurociencias está avanzando muchísimo facilitando la comprensión de los modos, funcionamiento y construcción del yo consciente, de la conciencia, de la propia identidad. Se van abriendo extraordinarias puertas al cómo funcionan cerebro y mente. La tecnología está posibilitando conocimientos y actuaciones valiosísimas para mejorar las capacidades del yo personal,  pero la pregunta difícil sigue presente, superando cualquier opción de la ciencia, ¿el por qué? ¿Qué hace de ese conjunto de funciones una entelequia capaz de abstracción y de reflexión? ¿Cómo se pasa de la bioquímica, la energía eléctrica, lo mensurable a algo inconmensurable? ¿cómo y por qué se evoluciona del día a día, de lo poco trascendente a lo trascendente? ¿Por qué una persona puede llegar a situaciones y condiciones que no son explicables desde la lógica de la mera supervivencia (con la inmensa importancia que tiene la supervivencia)?

 

1.2     La conciencia como fenómeno ante la realidad

Creo que, en primer lugar, conviene aclarar las diferencias entre cerebro, mente y conciencia. Es muy habitual confundirlos y, sin embargo, aunque están intensamente relacionados, responden a distintos conceptos. El cerebro es un órgano físico que centraliza el sistema nervioso y controla los patrones de la actividad muscular, la acción hormonal y los sistemas, organización, áreas y capacidades que hacen posible el asentamiento de la información y cognición. La mente es un fenómeno cerebral, un ensueño abstracto que integra todos los sistemas cognitivos y determina los niveles de consciencia y el sentido de identidad que vienen a constituir lo que denominamos conciencia.

La ciencia tradicionalmente siempre se hace dos tipos de preguntas fundamentales: ¿por qué? y ¿cómo? En la medida que la ciencia va progresando va encontrando respuestas cada vez más precisas siempre relacionadas con el cómo. Se llegan a conocer con gran profundidad el funcionamiento de órganos y procesos pero no termina de encontrarse el origen, el por qué determinadas funciones, estructuras y funcionamientos dan lugar, por ejemplo, a fenómenos tan singulares como la conciencia, en términos de identidad personal. Las neurociencias están progresando muchísimo en el conocimiento sobre el funcionamiento de algo tan complejo como cerebro y mente/conciencia/consciencia pero están muy lejos de responder a la pregunta difícil: ¿por qué yo soy yo de la manera que soy?

 Pero vayamos por partes. Puede parecer una simpleza, una obviedad: el término conciencia deriva del vocablo consciencia. Habitualmente tendemos a dar a la expresión conciencia una importancia de índole superior a la consciencia. Es como si la consciencia fuera así que la capacidad para recibir impactos, sensaciones, tanto del exterior como del interior, y la conciencia se ocupara de la digestión y reflexión de esas percepciones, por lo que tendemos a situarla en un plano superior. Entonces, ¿qué implica ser y sentirse consciente? La respuesta resulta simple y apabullante: pues ser o sentirse de alguna manera. Pero no de cualquier forma sino del modo que me caracteriza como un yo personal con toda su complejidad. Es decir, ser consciente es ser yo mismo, tú misma o lo que es igual soy consciente de mi singularidad, de mi presencia en el mundo que me rodea y con el que me relaciono y también de mis propios rasgos físicos, fisiológicos e intelectuales. Luego conciencia/consciencia viene a ser la percepción e interpretación de mi yo integral.

El siguiente punto muy ilustrativo de la conciencia es que se nutre básicamente de las experiencias acumuladas a lo largo de la existencia. Ocurre que donde se da una experiencia propia, personal, se puede hablar con todo fundamento de una fenomenología también propia. Por tanto, la conciencia como fenómeno aglutinador de experiencias dispone de propiedades funcionales y conductuales. Las percepciones que experimenta la conciencia afectan a la funcionalidad del individuo posibilitando los comportamientos consiguientes. Unos ejemplos para tratar de aclarar el comentario:

Imagino que paseando por un bosque escucho gruñidos cercanos y ruidos que parecen desgarro de matorrales. Pienso inmediatamente que puede ser un jabalí. El corazón empieza a latir mucho más rápido tratando de bombear la sangre que va a dotar a mis músculos del oxígeno adicional que requiere el esfuerzo físico a que me debo obligar para eludir el peligro.  Seguramente mi rostro aparecerá congestionado, los sentidos alertados al máximo. Mi funcionalidad experimenta cambios notables predisponiendo la acción, tanto si trato de trepar a un árbol como si el pánico me impidiera el movimiento. Función y comportamiento/acción

Contemplar un plato suculento predispone una mayor insalivación; los jugos gástricos se empiezan a segregar para hacer frente a la digestión; el sistema digestivo recibe una dotación superior de sangre. Todos los sistemas que tienen algún papel en la digestión se ponen prestos a la labor que les espera. La acción químico-mecánica se encarga del resto. Función y comportamiento/acción.

Iba paseando con una amiga cuando, al pronto, me tropiezo con mi mujer. —¿No me has dicho que te quedabas en la oficina hasta muy tarde? —pregunta ella.

La sorpresa puede más que yo y un rubor intenso cubre mi rostro. El corazón me va a cien por hora. -- Ejem.. es… que.. ,me ha llamado Irene…

A todo esto la cara de Irene es todo un poema. Me mira con cierta ironía y calla.

Mi mujer esboza una sonrisa mordaz, cambia el tono y termina preguntando: — ¿Vendrás a cenar a tiempo? Función y comportamiento/acción

La conciencia es un fenómeno subjetivo, personal, íntimamente relacionado con la experiencia de cada quién. En la medida que todas las personas somos diferentes percibimos situaciones idénticas de diferente manera. Todas las conciencias difieren. Es más, una persona puede ser concienzudamente diversa en diferentes etapas de su vida en función de las experiencias que vaya acumulando y percibiendo.

Todo esto está muy bien pero ¿cómo se genera la percepción de la conciencia, la consciencia? Vuelvo a la idea inicial de cómo representa mi presencia en el mundo y ante mí mismo. Esto me lleva a considerar e interpretar la realidad en la que me desenvuelvo. Y surge una primera cuestión ¿cuánto hay de realidad en el entorno en el que vivo y me muevo? ¿Es toda la realidad existente? La respuesta es no. La realidad que percibo no es toda la realidad, se trata de la realidad que necesito para mi existencia plena como ser humano. Nuestro cuerpo, sentidos e intelecto están ajustados a un ser bípedo dotado de capacidad de abstracción y, por tanto, de creación, en un entorno que percibimos como tridimensional. Más allá de consideraciones matemáticas no importa demasiado que el universo pudiera tener más de tres dimensiones, sin considerar el tejido espacio-tiempo. Tampoco hace falta un oído y un olfato extremos, ni un desarrollo de las feromonas que alimenten expectativas a distancia. No se necesita una gran sensibilidad electromagnética y es suficiente la observación dentro del rango del espectro visible de la luz. Por eso, la realidad en la que nos movemos y distinguimos es la que se necesita, es la realidad útil, no la realidad absoluta. Por consiguiente, la conciencia se nutre de las realidades que están al alcance y se pueden experimentar.

Se conoce por la física que la entropía es una medida de la cantidad de desorden y de caos que hay en un sistema. El cerebro está continuamente actuando y regulando sobre los diferentes sistemas y componentes del organismo lo mismo para evaluar necesidades, fabricar elementos, corregir averías, mecanismos y piezas deterioradas. Se preocupa y ocupa de la renovación del conjunto de células del cuerpo sin que apenas seamos conscientes de ello. La, finalmente conjetura perceptiva que recibe la información y actúa en consecuencia, disminuyendo las incertidumbres potenciales, contribuye a reducir el potencial caos del organismo para el caso de que no llegara a hacerlo, contribuyendo a mantener su entropía reducida.  Es así que un sistema orgánico deteriorado tiene una entropía superior a cuando se encuentra en condiciones adecuadas de funcionamiento.

Por otra parte los objetos de la realidad se pueden identificar en conjunto o focalizando. Si se va por la calle sin ninguna idea preconcebida se tiene una visión indiferenciada del entorno. Se aprecia que hay edificios, vehículos, tiendas, personas pero si alguien pregunta: —¿ha visto el cambio de denominación del bar …? Mi vista se fija en el letrero del bar y el resto del paisaje queda desdibujado. La persona requerida es capaz de fijar la atención, pudiendo diferenciar objetos, ideas, sensaciones. La conciencia es capaz de singularizar, descomponer, facilitando la comprensión de las cosas y por consiguiente, posibilitando la capacidad para prosperar en el mundo y en uno mismo.

 

1.3     La percepción de la realidad

Cuando se tiene una experiencia consciente se eliminan posibles alternativas de alcance.  Una persona llego a su casa una tarde-noche con hambre y lo primero que se le ocurre es ir al frigorífico. Ante ella se presentan toda una serie de posibilidades: tiene a su alcance embutidos, las legumbres que han sobrado del almuerzo, lechuga, tomate, un par de cervezas y una botella de leche. Se decanta por una ensalada y una botella de cerveza. Disponía de unas cuantas posibilidades que finalmente han cristalizado en la experiencia consciente elegida de la ensalada y la cerveza. Con esa decisión, además de haber satisfecho sus necesidades alimentarias, ha conseguido reducir el abanico de experiencias posibles, por lo que la incertidumbre inicial ha colapsado.

¿Cómo percibimos las cosas, los objetos? La misma persona anterior tiene ante sí una tarta de fresa. Los sentidos transmiten forma (redonda), espacio (lugar), tamaño (volumen); color, aroma, es decir, todo lo necesario para que la mente identifique esa información como una tarta de fresa. ¿Qué va a poder decir la mente si lo que tiene delante es identificado por los sentidos como una tarta de fresa? Es evidente que los sentidos transmiten la información de que se trata de una tarta de fresa.

Pero la mente no funciona así. No cree de entrada a los sentidos. La consciencia dispone de un inmenso catálogo de patrones que responden a objetos, sensaciones, ideas formateados en razón a las experiencias acumuladas a lo largo de la vida. Ese patrón tarta de fresas responde a un aprendizaje acumulado. Cuando la persona se colocaba frente a una tarta de fresa, al recibir la primera información de los sentidos, la mente pronosticó que pudiera estar ante una tarta de fresa. Esa es su primera conjetura, una conjetura generativa. La información que aportan los sentidos respecto del objeto va proporcionando informaciones cada vez más precisas respecto a la definición del objeto, la tarta de fresa. En base a esa información continua la mente va afinando la condición del objeto y ganando en certidumbre. Luego, definitivamente es una tarta de fresa. La consciencia actúa de manera contraintuitiva. La técnica que utiliza la mente para ir afinando las conjeturas es la de aplicar probabilidades bayesianas, de manera que la conjetura final, la conjetura preceptiva, sea la que representa una mayor probabilidad de éxito.

Un apunte sobre las probabilidades bayesianas. Se utilizan cada vez más en el mundo de la economía, sociología, farmacia, medicina. Se trata de obtener siempre entre diversas opciones aquellas que presenten mejor probabilidad. Esto no es equivalente siempre al acierto. Pongo un ejemplo. Me asomo a la ventana la mañana de un lunes de julio y observo que la calle está mojada. —Y me pregunto ¿por qué está mojada?—

Hay dos opciones básicas: ha podido llover a primera hora o han regado los servicios de limpieza del ayuntamiento. Quisiera averiguar cuál de las dos opciones tiene más opciones. A lo largo de la semana ha llovido casi todas las noches, luego la probabilidad de que la calle esté mojada por la lluvia es grande. Una aplicación probabilística de corte bayesiano adjudicaría a esa opción como la más factible. Eso no quiere decir necesariamente que esté en lo cierto porque podría tratarse de un lunes tras domingo de julio, hipotéticamente festivo, circunstancia que llevaría con toda seguridad al ayuntamiento a regar la calle tratando de eliminar suciedad y olores. Incluso pudieran darse ambas opciones.

Un ejemplo sencillo de cálculo de probabilidades bayesianas: En mi ciudad la población se distribuye en un 49% de hombres y un 51% de mujeres. Las estadísticas sobre delitos sexuales apuntan a que el 99% de los mismos son producidos por hombres y un 1% por mujeres. ¿Cuál sería la probabilidad de que el próximo delito sexual sea cometido por una mujer?

 

 

 

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En este ejemplo la probabilidad de que una mujer sea la próxima agresora sube algo del 1% (1,04%) y que lo sea un hombre baja un poco del 99% (98,96%)

 

En todo caso la información integrada de que dispone la conciencia viene a establecer que, la experiencia subjetiva que acumula, posee unos patrones fenomenológicos de causa y efecto en un contexto en el que la información que se procesa es tan real como lo son la masa y la energía, tan familiares para nosotros.

Haciendo un punto y aparte, en esta tesitura me viene a la cabeza una de las afirmaciones más extraordinarias de Stephen Hawking referida a la posible conservación de la información en un sistema cerrado como el universo. Venía a predecir que un agujero negro no solamente atrae el conjunto de masa-energía que se encuentra tras el horizonte de sucesos sino también la información implícita y explícita existente en el espacio-tiempo sometido a su atracción. Pero siguiendo con su teoría ¿qué ocurre, en qué situación queda dicha información cuando el agujero negro, al cabo de miles de millones de años, se evapora? ¿Cómo afectaría esto a la cosmología? ¿Dónde y cómo quedarían las identidades y su composición?

En resumidas cuentas parece que el cerebro es una máquina de percepciones y lo que vemos, oímos y sentimos es la mejor conjetura de toda la información que recibimos y que la percepción se elabora merced a un proceso continuo de minimización de los errores de predicción. Por lo tanto, se puede constatar que no experimentamos señales sensoriales sino solo interpretaciones de estas. Lo que se percibe es básicamente una fantasía neuronal refrendada por la realidad. El hecho de que, en muchas ocasiones las personas tengan experiencias distintas en relación a la misma imagen o sensación, da argumentos sólidos a que las experiencias perceptivas son construcciones internas modeladas por la condición biológica y por las circunstancias históricas personales. Cuando la conjetura perceptiva alcanza un consenso notable entre diferentes personas se está asistiendo a algo que se puede denominar realidad admisible.

Pero, ¡ojo!, esas fantasías neuronales no obedecen a causas aleatorias sino a un constructo de la mente diseñado por la evolución para que se posibiliten y mejoren las condiciones de relación y supervivencia. Evidentemente, esto no significa que todo valga, sino que las cosas del mundo y de uno mismo que se perciben son construcciones de la mente. Uno podría hacerse la pregunta de si todo está prefabricado en la mente, ¿cómo se puede llegar a percibir cosas nuevas de las que no se tenga ninguna experiencia previa? Parece que por analogía. Cualquier experiencia absolutamente nueva se va a comparar con patrones aproximados para obtener unas primeras indicaciones que puedan irse perfilando en la medida que dicha experiencia vaya proporcionando pistas aclaratorias adicionales.

 

1.4   La identidad del yo personal

¿Y mi realidad especifica? ¿Qué es? ¿Qué significa? ¿Qué implica ser uno mismo, ser yo? Está claro que soy una realidad porque me muevo, siento y me diferencio. Parece que las experiencias de mi yoidad están directamente relacionadas con mi cuerpo. Noto que las emociones y sentimientos que percibo están nítidamente corporizados, al igual que los estados de activación y alerta.

Ese observador e intérprete que percibe el mundo de una manera peculiar necesita primero de identidad personal y, asociada a ésta, de capacidad para analizar y obrar en consecuencia. Sin embargo, para que exista identidad personal debe haber una historia previa personalizada, un pasado que recordar y un futuro que anhelar y proyectar. Anil Seth desdobla el yo integral, total en tres yoes característicos: el yo narrativo, el yo social y el yo volitivo.

El YO NARRATIVO expresa la trayectoria autobiográfica, evocando recuerdos, comportamientos. Analiza el discurrir personal con toda la colección de emociones, sentimientos (orgullo, arrepentimiento, desilusión, desesperanza), con toda la carga de suficiencia o insuficiencia denotadas a lo largo del recorrido. El yo narrativo se construye en base a las experiencias buenas, malas y regulares experimentadas en la vida determinando la percepción que se tiene de uno mismo, de sus logros y sus fracasos, de sus limitaciones. La conciencia de los límites personales y, sin embargo, de la capacidad de creación y de futuro asienta y alienta la esperanza. Ocurre también que el yo narrativo o biográfico no tiene por qué ser unidireccional y rectilíneo. Puede llegar a experimentar expresiones de cambio en las medida que sus experiencias y condiciones de contorno puedan variar, modificando el estatus de sentimientos personales.

El YO SOCIAL tiene que ver con la percepción que se tiene de los otros y de cómo ellos le perciben a uno. El yo social tiene sobre todo que ver con la capacidad para relacionarse, influir y ser influido. Aparecen emociones como miedo, culpa, agradecimiento, vergüenza y formas de acción como, colaboración, rechazo, simpatía, venganza, compasión. Se pueden tener tendencias al juicio de valor o a la empatía y, en ese sentido, obtener sensaciones de bienestar, malestar o indiferencia. El yo social puede enriquecer o empobrecer al yo narrativo. Una persona con capacidad y motivación relacional aporta contenidos valiosísimos al yo narrativo. Lo contrario ocurre si la persona se aísla. Su yo narrativo podría experimentar dosis de ensimismación muy negativas para su propia comprensión de la vida.

El YO VOLITIVO implica la intención de hacer cosas, de incidir en un futuro determinado. Es como una agenda en la que se planifican propósitos más o menos concretos y situados en el tiempo. Está muy condicionado por el yo narrativo en tanto en cuanto identidad personal, y del yo social, en cuanto a incidencia en el mundo y el entorno del individuo. Y es que el yo no es un ente inmutable o predeterminado. La experiencia de ser yo en cada momento se corresponde con un conjunto de percepciones codificadas a nivel neuronal y conducidas a mantener el yo con vida en las mejores condiciones posibles.

Es indudable que para cada quién estos elementos diversos de la yoidad están plenamente integrados en la experiencia de ser uno mismo, pero, ¿son inseparables? No es fácil disociar los tres yoes. Sin embargo, el yo volitivo puede desgastarse o estropearse ante trastornos como la esquizofrenia, de igual manera que el narrativo puede verse fuertemente condicionado por demencias o graves trastornos de amnesias. El ser humano que haya perdido buena parte de su capacidad volitiva sigue teniendo un sentido de identidad propia. Cuando la pérdida se produce en el yo narrador la identidad se ve muy afectada. La pérdida del rastro biográfico deja al yo huérfano de relación y de futuro.

Cualquier persona en condiciones físico-mentales ordinarias se experimenta a sí mismo como un continuo de un momento al siguiente, de un día-semana-mes al siguiente, y casi de un año para otro a lo largo de toda la vida. Ese nivel de yoidad permanente faculta su asociación con un nombre, unos recuerdos, unos futuribles. Nos presentimos y sentimos como autoconscientes, diferenciados de cualquier otra identidad, aunque a lo largo de la vida constatemos cambios profundos en su devenir. Me siento yo tanto cuando pienso y actúo de una manera concreta como cuando cambio motivado por experiencias y aportaciones determinadas. Sigo siendo y sintiéndome yo antes y después del cambio.

La inmersión en el ámbito cultural y formativo en el que el ser humano se ve introducido y vive es esencial para su acerbo conjetural e interpretativo. Gracias a la cultura y a la formación se tiene un repertorio que va desde lo material a lo inmaterial; desde lo individual a lo social; desde lo profano hasta lo sagrado.

 

1.5     El libre albedrío

Las aventuras volitivas que experimentamos nos llevan a la convicción de que ese yo consciente dirige el comportamiento. La primera característica de la intención de querer y hacer algo es que obedezcan a hacer algo que quiero hacer. Una acción voluntaria expresa lo que yo como persona deseo hacer. La segunda característica es la sensación de que podría haber hecho una cosa distinta. Y la tercera es que las acciones voluntarias no son impuestas sino que parecen salir del interior.

Cuando una persona percibe una acción como voluntaria interpreta que la causa, el origen de esta viene de su interior, está íntimamente relacionada con sus creencias e intereses y potencialmente desconectada de otras causas alternativas procedentes de dentro de sí o del exterior. Esto viene a significar que, si hubiera querido, podría haber actuado de manera diferente.

¿Actuar de forma diferente sería real? En términos universales cualquier acción voluntaria alternativa sería posible pero, en la realidad de cada quién, sería muy difícil obrar de otra manera, sobre todo si entran en juego las convicciones. Si encuadramos la volición en el catálogo de creencias y patrones que dirigen la vida, una acción alternativa sería muy complicada porque estaría en contra de nuestro yo consciente, de una conciencia que, a fuer de estar incorporada a la identidad personal, alcanza el rango de conciencia moral. ¿Por qué? Porque no se puede deslindar el yo de la colección de creencias, valores, recuerdos y mejores experiencias que componen la identidad del yo.

Entonces, ¿qué? ¿el libre albedrío es solo una ilusión? Pues, depende. No se puede decir que el libre albedrío sea real en términos absolutos. La volición no consiste tanto en un conjunto de causas inmateriales desconectadas de mi yo real sino en unas actuaciones coherentes con la lógica de mi consciencia, de mi conciencia y dentro de la cultura que me es propia y de la formación adquirida. Esto no quiere decir que la volición sea sencilla o tenga determinados costos que, en buena lógica serían inferiores a una actuación diferente.

En cerebros razonablemente indemnes y en condiciones de crianza adecuadas, cada uno de nosotros posee una capacidad muy real de ejecutar e inhibir acciones voluntarias merced a las facultades del cerebro para evaluar los distintos grados de libertad a su alcance. El libre albedrío no puede pretender una libertad que eluda las leyes de la naturaleza sino que supone libertad frente a o libertad de y para.

Aun cuando el libre albedrío no sea la realidad absoluta sería totalmente incorrecto calificar la volición como ilusoria o irresponsable respecto de uno mismo porque están íntimamente ligadas, son indispensables para la supervivencia, para mi supervivencia en las condiciones que establezco para mi vida y futuro.

 

2.     SEGUNDA PARTE: LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA MORAL

El espectacular incremento del conocimiento sobre el discurrir de los flujos de información que circulan por el cerebro, donde se asientan diferentes funcionalidades como, visión, habla, audición; la conectividad entre los distintos sistemas neuronales y sectores cerebrales, la funcionalidad y comportamientos del conjunto cerebro-mente ante las diversas solicitaciones a que se enfrenta, así como el paulatino avance sobre los orígenes de alguna de las problemáticas de malformaciones, enfermedades y trastornos mentales ofrecen importantes expectativas de alivio y corrección esperanzadoras, pero, ¿eso es todo?

 

2.1     La chispa de la existencia

En la primera parte venía a plantear textualmente:

¿Qué hace de ese conjunto de funciones una entelequia capaz de abstracción y de reflexión? ¿Cómo se pasa de la bioquímica, la energía eléctrica, lo mensurable a algo inconmensurable? ¿Cómo y por qué se evoluciona del día a día, de lo poco trascendente a lo trascendente? ¿Por qué una persona puede llegar a situaciones y condiciones que no son explicables desde la lógica de la mera supervivencia (con la inmensa importancia que tiene la supervivencia)?

Yo creo que el constructo de la conciencia es y va bastante más allá. Va mucho más lejos de la estructura y cometidos neurológicos —que vienen a aglutinar la sintonía entre los diferentes sistemas neurológicos y su acoplamiento en el yo consciente—, en la medida que abarca arquitectura, fisiología, condiciones, contenidos experienciales, psicología y … algo más: esa chispa de la existencia humana integrando intuición, inspiración, singularidad como elementos críticos para la construcción de las experiencias y voluntad que hacen posible ese YO con mayúsculas. Esa chispa inexplicable que revela la identidad más sentida y conformadora del ser humano condicionando en buena medida personalidad y comportamiento. Esa chispa que posibilita vocacionar presupuestos y planteamientos enormemente singularizados sin perjuicio de la ética cultural y moral que pueda verse afectada y, en muchas ocasiones, trascendiendo intencionalmente su lógica temporal.  

Si cupiera dar un nombre a este producto de la singularidad humana sería el de esperanza. El producto de ese constructo conciencial es, por encima de todo, la esperanza. El hombre contiene en su interior una proyección de sí mismo, de sus aspiraciones, mucho más allá del apadrinamiento de los hijos y de la supervivencia como especie. Dice el psiquiatra Guillermo Ruiz[1] que el hombre es un ser esperanzado en la medida que es limitado, porque si fuera ilimitado la esperanza carecería de sentido. Estoy básicamente de acuerdo con esta idea, pero cuando la esperanza se extiende fuera del condominio del tiempo aparece algo en el interior del ser humano que apunta hacia un anhelo de trascendencia intemporal, hacia algún tipo de continuidad fuera del tiempo y el espacio . Una esperanza que va más allá de su finitud aparente.

 

2.2     El principio esperanza

El ser humano necesita imperiosamente dejar huella de su discurrir en el mundo. Prolongar su memoria mucho más allá de su aparente dimensión temporal. Eso forma parte de una esperanza que trata de salvaguardar su yo por encima del tiempo. Ante esta realidad surge la pregunta ¿se trata de una quimera en la que el paso del tiempo va conduciendo progresivamente al olvido, a la nada intrascendente o es el gen de una certeza indemostrable que antecede al cómo funciona la mente y condiciona la conciencia?

Desde la filosofía y la ciencia existe un interés evidente en buscar la causa de la vida y de la conciencia sin que sea posible pasar de los cómos, de los funcionamientos sistémicos, eso sí, cada vez más profundos. Pero no está siendo posible llegar a la pregunta difícil ¿por qué? ¿Cuál es el origen de la chispa que posibilita y busca la esperanza trascendente del ser humano?

Tengo para mí que la esperanza es el gran motor de la construcción del futuro de la persona. Y ese glosario de sueños, expectativas, comportamiento y actividad va construyendo y configurando el yo biográfico, ese recorrido jalonado de experiencias que conforman el yo narrador y que se expresan a través de la memoria. Se podría decir que sin esperanza, no hay futuro y la persona sin futuro tiene recortada buena parte de la conciencia. Cuando el yo narrador no es capaz de alentar el futuro las experiencias del pasado se convierten en barreras, obstáculos, miedos que impiden o dificultan el acceso a la luz transformando el pensamiento reflexivo en continuas sesiones de rumia que, en los casos más graves, conducen no ya a la desesperanza sino a la desesperación. Cuando el yo volitivo está tan deteriorado el impacto que reciben los yoes narrador y social pueden llegar a ser tremendos.

¿Hasta dónde llega y en qué vericuetos anida la esperanza? Hasta donde yo lo veo, la esperanza forma parte de la esencialidad antropológica del ser humano facilitando el alivio de la angustia por sus limitaciones y finitud. Además es el gran motor de la conciencia y alimenta en buena medida el sentido de la vida, un propósito que persigue de una manera u otra un bienestar personal extendido, prolongado, normalmente asentado en un entorno de reconocimiento.

La esperanza es visión, ilusión, sueño y se va construyendo y consolidando paso a paso. Llegados a este punto me atrevo a considerar la esperanza antropológica del ser humano, más que el producto de su consciencia, un principio inmaterial, del espíritu, anclado en su yo integral. Un pensador de corte marxista tan relevante como Ernest Bloch muestra un tipo de ser humano rodeado de injusticias y mal por doquier pero firmemente aferrado a la esperanza. La esperanza en un mundo ideal, digno de ser vivido y que sitúa en un horizonte intemporal, casi asintótico con la eternidad o en el terreno creyente, como expresaba Teilhard de Chardin, convergiendo hacia el Cristo cósmico.

Los cristianos creemos que el principio esperanza procede de Dios y forma parte de su providencia respecto del hombre, cuya finalidad última es aspirar a su encuentro con Él, una vez concluida la aventura terrenal. Esta convicción, profunda, plenamente coherente con el deseo y la búsqueda de trascendencia humana y la experiencia personal, choca con una cultura occidental fuertemente influida por la aparente necesidad de explicarlo todo desde una lógica cientificista basada en un determinismo absoluto[2], concepto en clara regresión también desde una perspectiva científica real. Hoy en día todas las ramas de la ciencia y la filosofía se mueven en hábitats inciertos en los que posibilidades, probabilidades y conjeturas juegan al punto en que la mera observación de un fenómeno condiciona su modo de respuesta, eliminando posibilidades alternativas[3].

Las convicciones se diferencian totalmente de las opiniones. Las opiniones no comprometen, ni requieren de argumentaciones sólidas. Las convicciones y creencias tienen una lógica totalmente racional, presentando como elementos confirmatorios las múltiples experiencias que se transforman en huellas de camino, en sentido de vida, transformando profundamente la persona.

Supongamos que tenemos una gran bolsa con bolas. Hago una primera extracción y aparece una bola azul. Procedo a una segunda entresaca y nuevamente obtengo una bola azul. Repito el experimento unas pocas veces más y continúan saliendo bolas azules. Es posible que pueda haber bolas de distinto color pero, al menos, las bolas azules parecen abundar. La opinión de que hay bastantes bolas azules parece razonablemente fundada pero no me atrevo a jugarme algo importante sobre el color de la bola en una próxima extracción.

Voy más allá, ocurre que en las siguientes dos mil extracciones sale siempre la bola azul. La predicción de las probabilidades bayesianas con las que trabaja mi mente me dicen que seguramente la extracción dos mil uno dará por resultado una bola azul. Lo que tras media docena de extracciones era una opinión: la gran mayoría de las bolas son azules se convierte en una creencia al cabo de dos mil entresacas. ¿Es absolutamente seguro que todas las bolas existentes en el saco son azules? Obviamente, no, pero mi convicción me dice que sí. Tengo la confianza de que la próxima bola que saque será también azul.

Las creencias profundas no nacen de bóbilis bóbilis. Funcionan en razón a la confianza que proporciona muchas experiencias concatenadas que apuntan en la misma dirección. No obstante, es posible que pudiera darse algún suceso suficientemente poderoso como para modificar la trayectoria debilitando la confianza, incluso pudiendo acabar con ella. El impacto sobre el yo integral sería notable. Es decir, las creencias son elementos sustanciales de la configuración y expresión del yo existencial.

 

2.3     La construcción de la esperanza

En la primera parte del artículo se apunta que la neurociencia actual plantea un cuadro explicativo de nuestro cerebro como si se tratara de una máquina de predicción, que pone a prueba y mejora en cada momento sus hipótesis acerca del mundo y de uno mismo,  disminuyendo incertidumbres y reduciendo al máximo los errores de predicción. De esta manera el cerebro trabaja en la dirección de predecir de manera continuada y cada vez más ajustada, en virtud de la consecución del mejor patrón posible, que permita disminuir al mínimo los errores de predicción. Nuestro cerebro está trabajando continuamente en la tarea de predecir la mejor causalidad del mundo, de uno mismo y de los otros, estimulando su adecuación funcional y el comportamiento y acciones consiguientes. Proporciona el mejor pronóstico posible a la esperanza del futuro inmediato, mediato y escatológico, en su caso.

En esencia, la esperanza reside en la actitud y aptitud del hombre respecto de su futuro a través de un proceso de actualización permanente. Las diversas conjeturas sobre lo inmediato se van afinando, determinando la conjetura perceptiva que necesita para afrontar su devenir en el seno del mundo en el que se mueve. En la medida que las experiencias resultantes siguen una trayectoria sólida se consigue pasar de opiniones puntuales, poco fundamentadas o poco comprometidas a convicciones, creencias cada vez más profundas y transformadoras en la medida que afirmadas y confirmadas de continuo.

La esperanza, ese futuro conseguible no está exento de dificultades y esfuerzos. Se trata de un proceso continuo de exploración y confirmación, no siempre en el momento sino en el recorrido. Dice Leopold Szondi [4]que la creencia es la función futurible del yo. Una creencia que se forja a través de la experiencia. Este saber estructurado nos proporciona un modelo del mundo que nos arma para salvaguardar nuestro yo en la realidad cotidiana y en el devenir.  Las convicciones se tornan tan naturales que sirven como faros de orientación, ayudando a gestionar las incertidumbres.

Realmente todo ser humano tiene un sistema de creencias que le permiten maniobrar en la vida sin ser necesariamente conscientes de cada acción que acomete. La conjetura perceptiva está tan asentada que parece actuar en modo automático. Dice Ortega y Gasset: si al ser humano se le quitaran las convicciones se le sumergiría en un mar de dudas y vacilaciones incontrolable, traumático. Su esperanza desaparecería y su futuro se vería cercenado, ensimismándose en una desesperanza o desesperación lacerante.

Apunta con acierto Benedicto XVI que cada persona debe de alguna forma tomar partido en relación a las decisiones verdaderamente esenciales que se le presentan incontestablemente y nadie puede hacerlo de otra forma que en modo de creencia en la que juegan intelecto y hábito. En relación con el sentido de la vida o el destino final del ser humano las creencias metahumanas no eliminan incertidumbres pero sí pueden llegar a crear un clima de confianza sosegador. Por lo tanto, quien cree, espera; y espera confiadamente. Porque esa es la otra dimensión de la esperanza, la confianza. La confianza se va generando en la medida que las sucesivas experiencias que marcan las conjeturas perceptivas convergen en la dirección pretendida.

 

2.4     La esperanza en la realidad de la vida

Convicciones, creencias, esperanza orientada, qué bien suenan pero no todo el monte es orégano. Constantemente están siendo puestas a prueba en las circunstancias y coyunturas por las que discurre la vida. Unas veces parecen circular cómodamente pero en otras su mantenimiento no solo es difícil, sino en ocasiones heroico. De ahí que frecuentemente la manutención de la esperanza sea equivalente a picar piedra desde la perseverancia y, sobre todo, con una confianza que no sea ropaje de poner y quitar sino una particularidad identitaria.  

En la realidad de hoy nos podemos preguntar ¿en qué medida las conjeturas perceptivas están enormemente condicionadas por la presión de la información que llega del exterior? Una información enormemente subjetiva y sugestiva que ayudan a configurar patrones no tanto buscando la supervivencia del yo sino de la cultura dominante.

La sociedad occidental, que continúa siendo un referente en el mundo, es profundamente antropocéntrica aun a pesar de que modernas corrientes del pensamiento buscan situar el mundo en su conjunto como el centro referencial (Desde el Génesis ya aparece el ser humano como administrador y no dueño de la heredad), en un proceso de autodivinización del ser humano. Así, aparecen como factores coadyuvantes: una globalización culturalmente uiformizadora, relativista, propiciando el individualismo y los intereses particulares sobre los comunitarios y el bien común; un desarrollo tecnológico a cualquier precio, desapegado las más de las veces de valores éticos; un tratamiento de los conceptos derecho/obligación como elementos de poder que dificultan el diálogo[5]; una visión cortoplacista que transforma la esperanza en simple expectativa recurrente en un ejercicio recurrente y circular de apetito-deseo-logro-insuficiencia-engaño-frustración. En ese sentido, la cultura dominante es profundamente embaucadora, alejando las conjeturas perceptivas de la esencia del ser humano.

¿Y qué hay de esa chispa de la existencia, de ese principio esperanza?. Cuando la chispa se apantalla y oscurece y se ve sustituida por el oropel propio de centrar en la finitud y limitación del ser humano la referencia existencial,  pierde la supervivencia del yo, incluso, en su acontecer temporal. La pérdida del sentido trascendente del ser humano, de la humanidad y del mundo en su conjunto estimula la inhumanidad.

Una de las razones del ateísmo moderno radica en la irreflexiva concentración del ser humano en sus propias fuerzas, sostiene Benedicto XVI. La fe en el hombre científico y personalista es incapaz de proporcionar respuestas sólidas, válidas a los desafíos actuales. La ética se mueve en unas condiciones de precariedad que le impiden hacerse presente o simplemente dejarse oír en un mundo infectado de relativismo. Una de las víctimas de la cultura dominante es el valor del sentido comunitario —no me estoy refiriendo lógicamente al concepto tribal tan extendido hoy—, imprescindible para pasar de la coexistencia a la convivencia.

Y es que vivimos un mundo desesperanzado, impaciente, en el que la ira se desborda con demasiada facilidad. Un mundo en el que se generan patrones perceptivos que facilitan respuestas demasiado simples para dar respuestas sólidas a la complejidad en el que se nueve. Son patrones equívocos porque proporcionan respuestas efímeras, con un tipo de satisfacción que apenas es flor de un momento o de un día, si acaso. Está claro: si la chispa, el referente de la singularidad personal es limitado y caduco; si el sentimiento comunitario está huérfano de convivencia, ese bienestar personal pretendido deja mucho que desear.

¿Se puede llegar a medir la alegría del corazón, ese bienestar íntimo incluso en situaciones personales difíciles? Un padre de familia, de cierta edad, me comentaba hace algunas semanas la satisfacción que sentía por el comportamiento de sus hijas echando una mano ante las limitaciones de la madre por una enfermedad sobrevenida. Me comentaba, con brillo en los ojos, la atención que su mujer, y también él, estaban recibiendo. Me atreví a comentarle que, como decía Kant, la libertad es capacidad de elección moral. El libre albedrío en una familia construida en armonía tiende a apuntar en la dirección del cuidado y la atención.  Si otros interese hubieran llevado a la desatención la hondura de tu pena y pesar serían una medida bastante significativa de la alegría que ahora sientes. El valor de la esperanza, siempre enriquecedor, se contrapone a la carga de la desesperanza, siempre pesada y limitante.

 

2.5     El escenario de trabajo de la religión

El ateísmo imperante en la sociedad hace mucho hincapié en el Carpe Diem, vive el momento como si no existiera un mañana. Realmente es una expresión que sirve más que nada para justificar y quitar hierro a ciertas actitudes, cuando menos imprudentes, porque la ansiedad y preocupación por el mañana son algunas de las emociones más intensas que tiene el ser humano, principalmente en los períodos en que va construyendo su identidad y asentando su desarrollo personal y profesional. Pero, aunque carpe diem sea simplemente una expresión de moda,  no deja de simbolizar el cortoplacismo imperante. En condiciones de ausencia de Dios, los valores profundos que ayudan a la esperanza y al sentido de la vida se apoyan en un humanismo muy dependiente de la fragilidad propia del ser humano. Y esa esperanza soñada se ve muy dificultada y acotada.

La esperanza que proporcionan las religiones provienen de que, de una manera u otra, la vida del ser humano está ligada a la divinidad y, por lo tanto más allá de la lógica del espacio y el tiempo. Ese principio afecta de manera notable las conjeturas perceptivas generando un tipo de conciencia moral que lleva a propiciar la esperanza escatológica.

Kant preguntaba y se preguntaba, ¿qué nos es dado esperar y cómo es posible aferrarse a la apertura del hombre hacia su futuro? Pues, solamente desde la convicción de que la creencia es la función futurible del yo. Y esa es la clave fundamental de las religiones que, adicionalmente, proporcionan recursos que orientan el recorrido temporal hacia ese futurible anhelado. El patrón de la creencia constituye un proceso inductivo que permite establecer un modelo del mundo que prepara al ser humano para afrontar tanto su presente como su devenir.

Cada persona se pronuncia en relación a las decisiones esenciales siempre desde la creencia inductiva y, en términos de honestidad, conducirá su vida en congruencia con su decisión. Según Ortega y Gasset las convicciones profundas tienen una gran fuerza para gobernar las circunstancias de la vida, incluso las más complicadas o exigentes. Muchas veces los comportamientos derivados de tales creencias no son directamente conscientes pero sostienen más que razonablemente las dudas de la vida ordinaria y la gran duda del final del recorrido vital. Las religiones proporcionan seguridad existencial en un mundo incierto y ante un final catastrófico.

El cerebro trabaja continuamente mejorando las predicciones de sus patrones de adaptación a las causas, circunstancias del mundo, de las relaciones y del sentir personal y, en ese sentido, las religiones juegan un papel muy relevante. Son muy conocidas en los ambientes médicos y psiquiátricos, naturalmente en términos generales, el mayor sosiego y conformidad con que se asume dolor y situación terminal en personas creyentes respecto de las que no lo son.

Para el cristiano, la esperanza es un regalo de Dios. “estamos llamados a una misma esperanza” (Ef 4,4) La esperanza del cristiano se fundamenta en la confianza en un Dios que ilumina y cumple su palabra por haberse abajado en Cristo a la condición humana, mostrando con su muerte y resurrección su condición de camino, verdad y vida, un principio esperanza que abarca a la humanidad entera. La condición paterna de Dios mostrada a través de Jesucristo refuerza la condición de hermanos a todas las personas que han sido, son y serán, amparados por el amor de Dios y guiados por su palabra. Esa condición de fraternidad, mucho más allá de ideología, etnia, condición, otorga unas propiedades adicionales de sinodalidad y pertenencia que ayudan a participar real y activamente en la colectividad y permiten presentir con esperanza el destino final en Dios.

 

2.6     Mi visión de la conciencia en “A fe mía”

La formación de la conciencia como ese yo personal, tal como lo describo en el primer capítulo del libro “A fe mía” se basaba en la idea de un modelo en el que convicción, asentimiento y acción están fuertemente iluminadas por un foco o fuente inspiradora, configurando de esa manera una conciencia moral totalmente alejada de la idea tradicional de conciencia-gendarme.

Cuando me confronté con algunas de las modernas teorías sobre la formación de la conciencia sentí mucha curiosidad y alguna duda por si mis creencias se ponían en algún riesgo o quizá podría verme obligado a un cierto ejercicio de prestidigitación para encajar los avances en el conocimiento del cerebro y sus implicaciones en mis creencias. Lo digo sin ningún rubor: me pudo mucho más la curiosidad que el temor y hoy es el día en que me alegro muchísimo de haberme metido en estos berenjenales.

En el texto del libro venía a identificar la conciencia como la representación del yo personal en cada momento, según las diferentes circunstancias concurrentes. En esos momentos desconocía la función fenomenológica de la conciencia/consciencia en base a unos patrones que están modelizando las experiencias afinándolas a través de los sentidos y resultando las conjeturas perceptivas más idóneas y probables respecto a las relaciones con el mundo, los otros y uno mismo.

Sin embargo, de una manera bastante intuitiva venía a poner de manifiesto que las convicciones, es decir, esas conjeturas perceptivas favorables a la supervivencia, obedecían a una serie de hitos congruentes con la cultura, el espíritu científico y la influencia decisiva de un foco que no solo ilumina sino que contribuye a dar sentido a la vida; a lo que en el texto se denomina el yo narrador. Igualmente apuntaba que de las convicciones era preciso pasar al asentimiento y a la acción con una clara conexión con lo que implica el yo volitivo. La propia idea de la conciencia extendida tiene mucho que ver con el yo social, descrito con anterioridad.  En el fondo venía a decir que convicciones profundamente asentadas en patrones de vida actúan funcionalmente en la persona provocando comportamientos y acciones transformantes.  Es más, venía a asegurar que dichos comportamientos y actuaciones, en la medida que siguen una orientación concreta, dejan huella y generan confianza y, a través de la confianza, esperanza.

Esa chispa de la existencia, ese principio esperanza a la que me refería al comienzo de la segunda parte del artículo, es lo que en el que en “A fe mía” denomino el foco o fuente inspiradora de una conciencia moral. Si el foco estimulante es de naturaleza humana el recorrido es, en el mejor de los casos, limitado y difícilmente puede contribuir a un sentido de la vida superador de la fragilidad humana, al margen de cómo formula las conjeturas la mente. Una vez más es posible observar los avances en el conocimiento de la ciencia, y, en el caso del cerebro, en la caracterización y funcionamiento de órganos y sistemas. Pero sigue sin poder encontrar esa chispa, ese principio que permite y alimenta el motor de la metaesperanza, Dios.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Bloch, Ernst. El principio esperanza, I,II y II. Editorial Trotta, 2013, Madrid

Bruner, Emiliano. La evolución del cerebro humano. Shackleton books, 2023, Barcelona

López Egaña, José Antonio. A fe mía. Editorial Tinta mala, 2021

Mariño, Xurxo. Neuronas para la evolución. Shackleton books, 2023, Barcelona

Ruiz Pérez, Guillermo. Un Cristo sin futuro. Salud mental. Editorial PPC, 2023, Madrid

Seewald, Peter. Benedicto XVI. Ediciones Mensajero, 2020, Zamudio

Seth, Anil. La creación del yo. Editorial Sexto piso, 2022, Madrid

Weil, Simone. La persona y lo sagrado. Hermida editores, 2019, Madrid

 



[1] Guillermo Ruiz Pérez realiza su especialización psiquiátrica en el Hospital Universitario de Rüdersdorf bei Berlin.

[2] Es la lógica del apóstol Tomás, “si no lo veo no lo creo” o la dominante en un mundo necesitado de una visión holística integral, “únicamente existe aquello que se puede demostrar científicamente”

[3] No hace falta acudir a universos paralelos para probar este comentario. Dependiendo de la manera en que pretendamos examinar la unidad de luz, el fotón, la respuesta podrá ser que el fotón es bien partícula o una onda. Cuando se actúa de una forma determinada decaen todas las acciones potenciales alternativas posibles, eliminándose, por consiguiente, incertidumbres. En la física cuántica el principio de indeterminación es uno de sus postulados básicos.

[4] Leopold Szondi psiquiatra y psicoanalista es conocido por ser el fundador del concepto de “análisis del destino”

[5] Esta es una reclamación permanente en Simone Weil. Pone muchas veces el ejemplo de Jesús ante el Sanedrín: Jesús afirma haber hablado públicamente al mundo en sinagogas y en el templo, por lo que no había nada secreto en su enseñanza, ¿por qué me interrogas, pregunta? Al punto uno de los guardias le abofetea por la respuesta al sumo sacerdote, a lo que Jesús responde:—: Si he hablado mal, demuéstrame la maldad, pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?

Jesús podría haber aducido: tengo derecho a esto o lo otro, o estás conculcando mis derechos. Probablemente Caifás podría haber aducido entonces sus propios derechos con lo que se hubiera producido un conflicto, ¿qué derecho prevalece? ¿quién tiene más razón y, sobre todo, más fuerza? Sin embargo Jesús, pone al sumo sacerdote y al sayón ante su propia responsabilidad y contradicción, con una técnica intachable, propiciando la posibilidad del diálogo.