1 PRIMERA PARTE: CÓMO SE CONSTRUYE LA CONCIENCIA................ 2
1.1 El estado del arte de la conciencia en la moderna
neurociencia........ 2
1.2 La conciencia como fenómeno ante la realidad................................. 3
1.3 La percepción de la realidad.............................................................. 6
1.4 La identidad del yo personal.............................................................. 8
1.5 El libre albedrío................................................................................ 10
2 SEGUNDA PARTE: LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA MORAL...... 11
2.1 La chispa de la existencia................................................................. 11
2.2 El principio esperanza...................................................................... 12
2.3 La construcción de la esperanza...................................................... 14
2.4 La esperanza en la realidad de la vida.............................................. 15
2.5 El escenario de trabajo de la religión............................................... 17
2.6 Mi visión de la conciencia en “A fe mía”.......................................... 18
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………….. 20
EL CONSTRUCTO DE LA CONCIENCIA
Cuando a finales de junio me hice con el libro
de Anil Seth sobre la” Creación del yo” estaba muy lejos de suponer las sensaciones
y satisfacción que me ha ocasionado su atenta lectura. El título me resultaba
atractivo y la recomendación de la Librería Cámara acerca de la conveniencia de
su lectura añadía seducción. A la vez, profundizar en torno al yo y la
conciencia desde la perspectiva de las neurociencias me producía una cierta
intranquilidad: ¿añadirá perplejidad, dudas a mis convicciones? ¿Dejará en
fuera de juego algunos o la totalidad de pensamientos y afirmaciones que
aparecen en el primer capítulo de mi libro A fe mía” que se titula “La
conciencia, ese yo personal”?
1.
PRIMERA PARTE: CÓMO SE CONSTRUYE LA CONCIENCIA
1.1 El
estado del arte de la conciencia en la moderna neurociencia
La neurociencia moderna define la conciencia
(consciencia) como la capacidad específica de los seres humanos para
reconocerse a sí mismos, de tener conocimiento y percepción de su propia
existencia, de su entorno. Es como una autoafirmación del yo personal y la
expresión de sus contenidos, principios, marco, compromisos. El enfoque que se
sigue tiene que ver con la consideración de la consciencia como un fenómeno observable
y estudiable con las reglas típicas de los análisis fenomenológicos,
metodología cada vez más presente en las diferentes disciplinas científicas.
El conocimiento y percepción de la realidad y
de la propia realidad del ser humano no lo abarca ni contiene todo sino que
abunda en aquella realidad que, sin ser integral, ni total, le permite
sobrevivir con un éxito razonable en el mundo, manteniendo sus constantes
vitales e intelectuales con unas perspectivas acordes a sus propias
limitaciones.
Tanto la realidad exterior como la interior
obedecen a conjeturas perceptivas provenientes del catálogo de patrones
acumulados en la mente por las diversas experiencias vitales, que son afinados
merced a las señales que los sentidos van remitiendo, asegurando y confirmando
el pronóstico inicial o, en ocasiones, negándolo o modificándolo, circunstancia
que permitiría habilitar nuevas experiencias que pasarían a incorporarse al inventario
de experiencias y creencias disponibles. La conjetura final, aquella que lleva
a la identificación última o al discernimiento, se produce mediante
aproximaciones sucesivas propiciadas por los sentidos siguiendo técnicas de
probabilidades bayesianas, que persiguen la opción de mejor probabilidad.
Cuando existe un consenso suficiente respecto de la comprensión de un objeto o
temática concreta se puede hablar de una realidad compartida. Ese lienzo de
creencias, valores y experiencias viene a ser una especie de autoamaestramiento
tendente a mejorar las condiciones de supervivencia del sujeto, incluso de una
colectividad determinada.
Aunque el yo personal se percibe de una manera
integral, única, existe consenso en su desdoblamiento en los yoes narrador,
social y volitivo al objeto de favorecer su análisis y comprensión. El yo
narrador viene a referirse al yo biográfico de la persona, construido a lo
largo de la vida vivida. El yo social trata de la capacidad personal
para relacionarse en el mundo con los otros. A través del yo social no solo se
percibe a los otros sino también el impacto que los demás logran en uno mismo.
El yo volitivo tiene sobre todo que ver con la capacidad de hacer
recorrido, de construir futuro. Resulta evidente que el recorrido
autobiográfico está íntimamente relacionado con la capacidad de relación y la
construcción de futuro y resulta esencial de cara a la identidad personal.
El estado del arte de las neurociencias está
avanzando muchísimo facilitando la comprensión de los modos, funcionamiento y
construcción del yo consciente, de la conciencia, de la propia identidad. Se
van abriendo extraordinarias puertas al cómo funcionan cerebro y mente. La
tecnología está posibilitando conocimientos y actuaciones valiosísimas para
mejorar las capacidades del yo personal,
pero la pregunta difícil sigue presente, superando cualquier opción de
la ciencia, ¿el por qué? ¿Qué hace de ese conjunto de funciones una entelequia
capaz de abstracción y de reflexión? ¿Cómo se pasa de la bioquímica, la energía
eléctrica, lo mensurable a algo inconmensurable? ¿cómo y por qué se evoluciona
del día a día, de lo poco trascendente a lo trascendente? ¿Por qué una persona
puede llegar a situaciones y condiciones que no son explicables desde la lógica
de la mera supervivencia (con la inmensa importancia que tiene la
supervivencia)?
1.2 La
conciencia como fenómeno ante la realidad
Creo que, en primer lugar, conviene aclarar las
diferencias entre cerebro, mente y conciencia. Es muy habitual confundirlos y,
sin embargo, aunque están intensamente relacionados, responden a distintos
conceptos. El cerebro es un órgano físico que centraliza el sistema nervioso y
controla los patrones de la actividad muscular, la acción hormonal y los
sistemas, organización, áreas y capacidades que hacen posible el asentamiento
de la información y cognición. La mente es un fenómeno cerebral, un ensueño
abstracto que integra todos los sistemas cognitivos y determina los niveles de
consciencia y el sentido de identidad que vienen a constituir lo que
denominamos conciencia.
La ciencia tradicionalmente siempre se hace dos
tipos de preguntas fundamentales: ¿por qué? y ¿cómo? En la medida que la
ciencia va progresando va encontrando respuestas cada vez más precisas siempre
relacionadas con el cómo. Se llegan a conocer con gran profundidad el
funcionamiento de órganos y procesos pero no termina de encontrarse el origen,
el por qué determinadas funciones, estructuras y funcionamientos dan lugar, por
ejemplo, a fenómenos tan singulares como la conciencia, en términos de
identidad personal. Las neurociencias están progresando muchísimo en el
conocimiento sobre el funcionamiento de algo tan complejo como cerebro y
mente/conciencia/consciencia pero están muy lejos de responder a la pregunta
difícil: ¿por qué yo soy yo de la manera que soy?
Pero
vayamos por partes. Puede parecer una simpleza, una obviedad: el término
conciencia deriva del vocablo consciencia. Habitualmente tendemos a dar a la
expresión conciencia una importancia de índole superior a la consciencia. Es
como si la consciencia fuera así que la capacidad para recibir impactos,
sensaciones, tanto del exterior como del interior, y la conciencia se ocupara
de la digestión y reflexión de esas percepciones, por lo que tendemos a
situarla en un plano superior. Entonces, ¿qué implica ser y sentirse consciente?
La respuesta resulta simple y apabullante: pues ser o sentirse de alguna
manera. Pero no de cualquier forma sino del modo que me caracteriza como un yo
personal con toda su complejidad. Es decir, ser consciente es ser yo mismo, tú
misma o lo que es igual soy consciente de mi singularidad, de mi presencia en
el mundo que me rodea y con el que me relaciono y también de mis propios rasgos
físicos, fisiológicos e intelectuales. Luego conciencia/consciencia viene a ser
la percepción e interpretación de mi yo integral.
El siguiente punto muy ilustrativo de la
conciencia es que se nutre básicamente de las experiencias acumuladas a lo
largo de la existencia. Ocurre que donde se da una experiencia propia,
personal, se puede hablar con todo fundamento de una fenomenología también
propia. Por tanto, la conciencia como fenómeno aglutinador de experiencias
dispone de propiedades funcionales y conductuales. Las percepciones que
experimenta la conciencia afectan a la funcionalidad del individuo
posibilitando los comportamientos consiguientes. Unos ejemplos para tratar de
aclarar el comentario:
Imagino que paseando por un bosque escucho gruñidos cercanos y ruidos
que parecen desgarro de matorrales. Pienso inmediatamente que puede ser un
jabalí. El corazón empieza a latir mucho más rápido tratando de bombear la
sangre que va a dotar a mis músculos del oxígeno adicional que requiere el
esfuerzo físico a que me debo obligar para eludir el peligro. Seguramente mi rostro aparecerá
congestionado, los sentidos alertados al máximo. Mi funcionalidad experimenta
cambios notables predisponiendo la acción, tanto si trato de trepar a un árbol
como si el pánico me impidiera el movimiento. Función y comportamiento/acción
Contemplar un plato suculento predispone una mayor insalivación;
los jugos gástricos se empiezan a segregar para hacer frente a la digestión; el
sistema digestivo recibe una dotación superior de sangre. Todos los sistemas
que tienen algún papel en la digestión se ponen prestos a la labor que les
espera. La acción químico-mecánica se encarga del resto. Función y comportamiento/acción.
Iba paseando con una amiga cuando, al pronto, me tropiezo con mi
mujer. —¿No me has dicho que te quedabas en la oficina hasta muy tarde?
—pregunta ella.
La sorpresa puede más que yo y un rubor intenso cubre mi rostro. El
corazón me va a cien por hora. -- Ejem.. es… que.. ,me ha llamado Irene…
A todo esto la cara de Irene es todo un poema. Me mira con cierta
ironía y calla.
Mi mujer esboza una sonrisa mordaz, cambia el tono y termina preguntando:
— ¿Vendrás a cenar a tiempo? Función y comportamiento/acción
La conciencia
es un fenómeno subjetivo, personal, íntimamente relacionado con la experiencia
de cada quién. En la medida que todas las personas somos diferentes percibimos
situaciones idénticas de diferente manera. Todas las conciencias difieren. Es
más, una persona puede ser concienzudamente diversa en diferentes etapas de su
vida en función de las experiencias que vaya acumulando y percibiendo.
Todo esto está
muy bien pero ¿cómo se genera la percepción de la conciencia, la consciencia?
Vuelvo a la idea inicial de cómo representa mi presencia en el mundo y ante mí
mismo. Esto me lleva a considerar e interpretar la realidad en la que me
desenvuelvo. Y surge una primera cuestión ¿cuánto hay de realidad en el entorno
en el que vivo y me muevo? ¿Es toda la realidad existente? La respuesta es no.
La realidad que percibo no es toda la realidad, se trata de la realidad que
necesito para mi existencia plena como ser humano. Nuestro cuerpo, sentidos e
intelecto están ajustados a un ser bípedo dotado de capacidad de abstracción y,
por tanto, de creación, en un entorno que percibimos como tridimensional. Más
allá de consideraciones matemáticas no importa demasiado que el universo
pudiera tener más de tres dimensiones, sin considerar el tejido espacio-tiempo.
Tampoco hace falta un oído y un olfato extremos, ni un desarrollo de las
feromonas que alimenten expectativas a distancia. No se necesita una gran
sensibilidad electromagnética y es suficiente la observación dentro del rango
del espectro visible de la luz. Por eso, la realidad en la que nos movemos y distinguimos
es la que se necesita, es la realidad útil, no la realidad absoluta. Por
consiguiente, la conciencia se nutre de las realidades que están al alcance y se
pueden experimentar.
Se conoce por
la física que la entropía es una medida de la cantidad de desorden y de caos
que hay en un sistema. El cerebro está continuamente actuando y regulando sobre
los diferentes sistemas y componentes del organismo lo mismo para evaluar
necesidades, fabricar elementos, corregir averías, mecanismos y piezas
deterioradas. Se preocupa y ocupa de la renovación del conjunto de células del
cuerpo sin que apenas seamos conscientes de ello. La, finalmente conjetura perceptiva
que recibe la información y actúa en consecuencia, disminuyendo las
incertidumbres potenciales, contribuye a reducir el potencial caos del
organismo para el caso de que no llegara a hacerlo, contribuyendo a mantener su
entropía reducida. Es así que un sistema
orgánico deteriorado tiene una entropía superior a cuando se encuentra en
condiciones adecuadas de funcionamiento.
Por otra parte
los objetos de la realidad se pueden identificar en conjunto o focalizando. Si
se va por la calle sin ninguna idea preconcebida se tiene una visión
indiferenciada del entorno. Se aprecia que hay edificios, vehículos, tiendas,
personas pero si alguien pregunta: —¿ha visto el cambio de denominación del bar
…? Mi vista se fija en el letrero del bar y el resto del paisaje queda
desdibujado. La persona requerida es capaz de fijar la atención, pudiendo
diferenciar objetos, ideas, sensaciones. La conciencia es capaz de singularizar,
descomponer, facilitando la comprensión de las cosas y por consiguiente, posibilitando
la capacidad para prosperar en el mundo y en uno mismo.
1.3 La percepción de la realidad
Cuando se tiene
una experiencia consciente se eliminan posibles alternativas de alcance. Una persona llego a su casa una tarde-noche
con hambre y lo primero que se le ocurre es ir al frigorífico. Ante ella se presentan
toda una serie de posibilidades: tiene a su alcance embutidos, las legumbres
que han sobrado del almuerzo, lechuga, tomate, un par de cervezas y una botella
de leche. Se decanta por una ensalada y una botella de cerveza. Disponía de unas
cuantas posibilidades que finalmente han cristalizado en la experiencia
consciente elegida de la ensalada y la cerveza. Con esa decisión, además de
haber satisfecho sus necesidades alimentarias, ha conseguido reducir el abanico
de experiencias posibles, por lo que la incertidumbre inicial ha colapsado.
¿Cómo
percibimos las cosas, los objetos? La misma persona anterior tiene ante sí una tarta
de fresa. Los sentidos transmiten forma (redonda), espacio (lugar), tamaño
(volumen); color, aroma, es decir, todo lo necesario para que la mente
identifique esa información como una tarta de fresa. ¿Qué va a poder decir la
mente si lo que tiene delante es identificado por los sentidos como una tarta
de fresa? Es evidente que los sentidos transmiten la información de que se
trata de una tarta de fresa.
Pero la mente
no funciona así. No cree de entrada a los sentidos. La consciencia dispone de
un inmenso catálogo de patrones que responden a objetos, sensaciones, ideas formateados
en razón a las experiencias acumuladas a lo largo de la vida. Ese patrón tarta
de fresas responde a un aprendizaje acumulado. Cuando la persona se colocaba
frente a una tarta de fresa, al recibir la primera información de los sentidos,
la mente pronosticó que pudiera estar ante una tarta de fresa. Esa es su
primera conjetura, una conjetura generativa. La información que aportan los
sentidos respecto del objeto va proporcionando informaciones cada vez más precisas
respecto a la definición del objeto, la tarta de fresa. En base a esa
información continua la mente va afinando la condición del objeto y ganando en
certidumbre. Luego, definitivamente es una tarta de fresa. La consciencia actúa
de manera contraintuitiva. La técnica que utiliza la mente para ir afinando las
conjeturas es la de aplicar probabilidades bayesianas, de manera que la
conjetura final, la conjetura preceptiva, sea la que representa una mayor
probabilidad de éxito.
Un apunte sobre
las probabilidades bayesianas. Se utilizan cada vez más en el mundo de la
economía, sociología, farmacia, medicina. Se trata de obtener siempre entre
diversas opciones aquellas que presenten mejor probabilidad. Esto no es
equivalente siempre al acierto. Pongo un ejemplo. Me asomo a la ventana la
mañana de un lunes de julio y observo que la calle está mojada. —Y me pregunto
¿por qué está mojada?—
Hay dos
opciones básicas: ha podido llover a primera hora o han regado los servicios de
limpieza del ayuntamiento. Quisiera averiguar cuál de las dos opciones tiene
más opciones. A lo largo de la semana ha llovido casi todas las noches, luego
la probabilidad de que la calle esté mojada por la lluvia es grande. Una
aplicación probabilística de corte bayesiano adjudicaría a esa opción como la más
factible. Eso no quiere decir necesariamente que esté en lo cierto porque podría
tratarse de un lunes tras domingo de julio, hipotéticamente festivo,
circunstancia que llevaría con toda seguridad al ayuntamiento a regar la calle
tratando de eliminar suciedad y olores. Incluso pudieran darse ambas opciones.
Un ejemplo sencillo de cálculo de probabilidades bayesianas: En mi
ciudad la población se distribuye en un 49% de hombres y un 51% de mujeres. Las
estadísticas sobre delitos sexuales apuntan a que el 99% de los mismos son
producidos por hombres y un 1% por mujeres. ¿Cuál sería la probabilidad de que
el próximo delito sexual sea cometido por una mujer?
.
En este ejemplo la probabilidad de que una mujer sea la próxima
agresora sube algo del 1% (1,04%) y que lo sea un hombre baja un poco del 99%
(98,96%)
En todo caso la
información integrada de que dispone la conciencia viene a establecer que, la
experiencia subjetiva que acumula, posee unos patrones fenomenológicos de causa
y efecto en un contexto en el que la información que se procesa es tan real como
lo son la masa y la energía, tan familiares para nosotros.
Haciendo un
punto y aparte, en esta tesitura me viene a la cabeza una de las afirmaciones
más extraordinarias de Stephen Hawking referida a la posible conservación de la
información en un sistema cerrado como el universo. Venía a predecir que un
agujero negro no solamente atrae el conjunto de masa-energía que se encuentra
tras el horizonte de sucesos sino también la información implícita y explícita
existente en el espacio-tiempo sometido a su atracción. Pero siguiendo con su
teoría ¿qué ocurre, en qué situación queda dicha información cuando el agujero
negro, al cabo de miles de millones de años, se evapora? ¿Cómo afectaría esto a
la cosmología? ¿Dónde y cómo quedarían las identidades y su composición?
En resumidas
cuentas parece que el cerebro es una máquina de percepciones y lo que vemos,
oímos y sentimos es la mejor conjetura de toda la información que recibimos y
que la percepción se elabora merced a un proceso continuo de minimización de
los errores de predicción. Por lo tanto, se puede constatar que no
experimentamos señales sensoriales sino solo interpretaciones de estas. Lo que
se percibe es básicamente una fantasía neuronal refrendada por la realidad. El
hecho de que, en muchas ocasiones las personas tengan experiencias distintas en
relación a la misma imagen o sensación, da argumentos sólidos a que las
experiencias perceptivas son construcciones internas modeladas por la condición
biológica y por las circunstancias históricas personales. Cuando la conjetura perceptiva
alcanza un consenso notable entre diferentes personas se está asistiendo a algo
que se puede denominar realidad admisible.
Pero, ¡ojo!, esas
fantasías neuronales no obedecen a causas aleatorias sino a un constructo de la
mente diseñado por la evolución para que se posibiliten y mejoren las
condiciones de relación y supervivencia. Evidentemente, esto no significa que
todo valga, sino que las cosas del mundo y de uno mismo que se perciben son
construcciones de la mente. Uno podría hacerse la pregunta de si todo está
prefabricado en la mente, ¿cómo se puede llegar a percibir cosas nuevas de las
que no se tenga ninguna experiencia previa? Parece que por analogía. Cualquier
experiencia absolutamente nueva se va a comparar con patrones aproximados para
obtener unas primeras indicaciones que puedan irse perfilando en la medida que
dicha experiencia vaya proporcionando pistas aclaratorias adicionales.
1.4 La
identidad del yo personal
¿Y mi realidad especifica?
¿Qué es? ¿Qué significa? ¿Qué implica ser uno mismo, ser yo? Está claro que soy
una realidad porque me muevo, siento y me diferencio. Parece que las
experiencias de mi yoidad están directamente relacionadas con mi cuerpo. Noto
que las emociones y sentimientos que percibo están nítidamente corporizados, al
igual que los estados de activación y alerta.
Ese observador
e intérprete que percibe el mundo de una manera peculiar necesita primero de
identidad personal y, asociada a ésta, de capacidad para analizar y obrar en
consecuencia. Sin embargo, para que exista identidad personal debe haber una
historia previa personalizada, un pasado que recordar y un futuro que anhelar y
proyectar. Anil Seth desdobla el yo integral, total en tres yoes
característicos: el yo narrativo, el yo social y el yo volitivo.
El YO NARRATIVO
expresa la trayectoria autobiográfica, evocando recuerdos, comportamientos.
Analiza el discurrir personal con toda la colección de emociones, sentimientos
(orgullo, arrepentimiento, desilusión, desesperanza), con toda la carga de
suficiencia o insuficiencia denotadas a lo largo del recorrido. El yo narrativo
se construye en base a las experiencias buenas, malas y regulares
experimentadas en la vida determinando la percepción que se tiene de uno mismo,
de sus logros y sus fracasos, de sus limitaciones. La conciencia de los límites
personales y, sin embargo, de la capacidad de creación y de futuro asienta y
alienta la esperanza. Ocurre también que el yo narrativo o biográfico no tiene
por qué ser unidireccional y rectilíneo. Puede llegar a experimentar
expresiones de cambio en las medida que sus experiencias y condiciones de contorno
puedan variar, modificando el estatus de sentimientos personales.
El YO SOCIAL tiene que ver con la percepción
que se tiene de los otros y de cómo ellos le perciben a uno. El yo social tiene
sobre todo que ver con la capacidad para relacionarse, influir y ser influido.
Aparecen emociones como miedo, culpa, agradecimiento, vergüenza y formas de acción
como, colaboración, rechazo, simpatía, venganza, compasión. Se pueden tener
tendencias al juicio de valor o a la empatía y, en ese sentido, obtener
sensaciones de bienestar, malestar o indiferencia. El yo social puede
enriquecer o empobrecer al yo narrativo. Una persona con capacidad y motivación
relacional aporta contenidos valiosísimos al yo narrativo. Lo contrario ocurre
si la persona se aísla. Su yo narrativo podría experimentar dosis de ensimismación
muy negativas para su propia comprensión de la vida.
El YO VOLITIVO implica la intención de hacer
cosas, de incidir en un futuro determinado. Es como una agenda en la que se
planifican propósitos más o menos concretos y situados en el tiempo. Está muy
condicionado por el yo narrativo en tanto en cuanto identidad personal, y del
yo social, en cuanto a incidencia en el mundo y el entorno del individuo. Y es
que el yo no es un ente inmutable o predeterminado. La experiencia de ser yo en
cada momento se corresponde con un conjunto de percepciones codificadas a nivel
neuronal y conducidas a mantener el yo con vida en las mejores condiciones
posibles.
Es indudable que para cada quién estos
elementos diversos de la yoidad están plenamente integrados en la experiencia
de ser uno mismo, pero, ¿son inseparables? No es fácil disociar los tres yoes.
Sin embargo, el yo volitivo puede desgastarse o estropearse ante trastornos
como la esquizofrenia, de igual manera que el narrativo puede verse fuertemente
condicionado por demencias o graves trastornos de amnesias. El ser humano que
haya perdido buena parte de su capacidad volitiva sigue teniendo un sentido de
identidad propia. Cuando la pérdida se produce en el yo narrador la identidad
se ve muy afectada. La pérdida del rastro biográfico deja al yo huérfano de relación
y de futuro.
Cualquier persona en condiciones
físico-mentales ordinarias se experimenta a sí mismo como un continuo de un
momento al siguiente, de un día-semana-mes al siguiente, y casi de un año para
otro a lo largo de toda la vida. Ese nivel de yoidad permanente faculta su
asociación con un nombre, unos recuerdos, unos futuribles. Nos presentimos y
sentimos como autoconscientes, diferenciados de cualquier otra identidad,
aunque a lo largo de la vida constatemos cambios profundos en su devenir. Me
siento yo tanto cuando pienso y actúo de una manera concreta como cuando cambio
motivado por experiencias y aportaciones determinadas. Sigo siendo y
sintiéndome yo antes y después del cambio.
La inmersión en el ámbito cultural y formativo
en el que el ser humano se ve introducido y vive es esencial para su acerbo
conjetural e interpretativo. Gracias a la cultura y a la formación se tiene un
repertorio que va desde lo material a lo inmaterial; desde lo individual a lo
social; desde lo profano hasta lo sagrado.
1.5 El
libre albedrío
Las aventuras volitivas que experimentamos nos
llevan a la convicción de que ese yo consciente dirige el comportamiento. La
primera característica de la intención de querer y hacer algo es que obedezcan a
hacer algo que quiero hacer. Una acción voluntaria expresa lo que yo como
persona deseo hacer. La segunda característica es la sensación de que podría
haber hecho una cosa distinta. Y la tercera es que las acciones voluntarias no
son impuestas sino que parecen salir del interior.
Cuando una persona percibe una acción como
voluntaria interpreta que la causa, el origen de esta viene de su interior,
está íntimamente relacionada con sus creencias e intereses y potencialmente
desconectada de otras causas alternativas procedentes de dentro de sí o del
exterior. Esto viene a significar que, si hubiera querido, podría haber actuado
de manera diferente.
¿Actuar de forma diferente sería real? En
términos universales cualquier acción voluntaria alternativa sería posible
pero, en la realidad de cada quién, sería muy difícil obrar de otra manera,
sobre todo si entran en juego las convicciones. Si encuadramos la volición en
el catálogo de creencias y patrones que dirigen la vida, una acción alternativa
sería muy complicada porque estaría en contra de nuestro yo consciente, de una
conciencia que, a fuer de estar incorporada a la identidad personal, alcanza el
rango de conciencia moral. ¿Por qué? Porque no se puede deslindar el yo de la
colección de creencias, valores, recuerdos y mejores experiencias que componen
la identidad del yo.
Entonces, ¿qué? ¿el libre albedrío es solo una
ilusión? Pues, depende. No se puede decir que el libre albedrío sea real en
términos absolutos. La volición no consiste tanto en un conjunto de causas
inmateriales desconectadas de mi yo real sino en unas actuaciones coherentes
con la lógica de mi consciencia, de mi conciencia y dentro de la cultura que me
es propia y de la formación adquirida. Esto no quiere decir que la volición sea
sencilla o tenga determinados costos que, en buena lógica serían inferiores a
una actuación diferente.
En cerebros razonablemente indemnes y en
condiciones de crianza adecuadas, cada uno de nosotros posee una capacidad muy
real de ejecutar e inhibir acciones voluntarias merced a las facultades del
cerebro para evaluar los distintos grados de libertad a su alcance. El libre
albedrío no puede pretender una libertad que eluda las leyes de la naturaleza
sino que supone libertad frente a o libertad de y para.
Aun cuando el libre albedrío no sea la realidad
absoluta sería totalmente incorrecto calificar la volición como ilusoria o irresponsable
respecto de uno mismo porque están íntimamente ligadas, son indispensables para
la supervivencia, para mi supervivencia en las condiciones que establezco para
mi vida y futuro.
2.
SEGUNDA PARTE: LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA MORAL
El espectacular incremento del conocimiento
sobre el discurrir de los flujos de información que circulan por el cerebro, donde
se asientan diferentes funcionalidades como, visión, habla, audición; la
conectividad entre los distintos sistemas neuronales y sectores cerebrales, la
funcionalidad y comportamientos del conjunto cerebro-mente ante las diversas
solicitaciones a que se enfrenta, así como el paulatino avance sobre los
orígenes de alguna de las problemáticas de malformaciones, enfermedades y
trastornos mentales ofrecen importantes expectativas de alivio y corrección
esperanzadoras, pero, ¿eso es todo?
2.1 La
chispa de la existencia
En la primera parte venía a plantear
textualmente:
¿Qué hace de ese conjunto de funciones una entelequia capaz de
abstracción y de reflexión? ¿Cómo se pasa de la bioquímica, la energía
eléctrica, lo mensurable a algo inconmensurable? ¿Cómo y por qué se evoluciona
del día a día, de lo poco trascendente a lo trascendente? ¿Por qué una persona
puede llegar a situaciones y condiciones que no son explicables desde la lógica
de la mera supervivencia (con la inmensa importancia que tiene la supervivencia)?
Yo creo que el constructo de la conciencia es y
va bastante más allá. Va mucho más lejos de la estructura y cometidos
neurológicos —que vienen a aglutinar la sintonía entre los diferentes sistemas
neurológicos y su acoplamiento en el yo consciente—, en la medida que abarca arquitectura,
fisiología, condiciones, contenidos experienciales, psicología y … algo más: esa
chispa de la existencia humana integrando intuición, inspiración, singularidad
como elementos críticos para la construcción de las experiencias y voluntad que
hacen posible ese YO con mayúsculas. Esa chispa inexplicable que revela la
identidad más sentida y conformadora del ser humano condicionando en buena
medida personalidad y comportamiento. Esa chispa que posibilita vocacionar presupuestos
y planteamientos enormemente singularizados sin perjuicio de la ética cultural
y moral que pueda verse afectada y, en muchas ocasiones, trascendiendo
intencionalmente su lógica temporal.
Si cupiera dar un nombre a este producto de la
singularidad humana sería el de esperanza. El producto de ese constructo
conciencial es, por encima de todo, la esperanza. El hombre contiene en su
interior una proyección de sí mismo, de sus aspiraciones, mucho más allá del apadrinamiento
de los hijos y de la supervivencia como especie. Dice el psiquiatra Guillermo
Ruiz[1] que el
hombre es un ser esperanzado en la medida que es limitado, porque si fuera
ilimitado la esperanza carecería de sentido. Estoy básicamente de acuerdo con
esta idea, pero cuando la esperanza se extiende fuera del condominio del tiempo
aparece algo en el interior del ser humano que apunta hacia un anhelo de
trascendencia intemporal, hacia algún tipo de continuidad fuera del tiempo y el
espacio . Una esperanza que va más allá de su finitud aparente.
2.2 El
principio esperanza
El ser humano necesita imperiosamente dejar
huella de su discurrir en el mundo. Prolongar su memoria mucho más allá de su
aparente dimensión temporal. Eso forma parte de una esperanza que trata de
salvaguardar su yo por encima del tiempo. Ante esta realidad surge la pregunta
¿se trata de una quimera en la que el paso del tiempo va conduciendo
progresivamente al olvido, a la nada intrascendente o es el gen de una certeza indemostrable
que antecede al cómo funciona la mente y condiciona la conciencia?
Desde la filosofía y la ciencia existe un
interés evidente en buscar la causa de la vida y de la conciencia sin que sea
posible pasar de los cómos, de los funcionamientos sistémicos, eso sí, cada vez
más profundos. Pero no está siendo posible llegar a la pregunta difícil ¿por
qué? ¿Cuál es el origen de la chispa que posibilita y busca la esperanza
trascendente del ser humano?
Tengo para mí que la esperanza es el gran motor
de la construcción del futuro de la persona. Y ese glosario de sueños,
expectativas, comportamiento y actividad va construyendo y configurando el yo
biográfico, ese recorrido jalonado de experiencias que conforman el yo narrador
y que se expresan a través de la memoria. Se podría decir que sin esperanza, no
hay futuro y la persona sin futuro tiene recortada buena parte de la
conciencia. Cuando el yo narrador no es capaz de alentar el futuro las
experiencias del pasado se convierten en barreras, obstáculos, miedos que
impiden o dificultan el acceso a la luz transformando el pensamiento reflexivo
en continuas sesiones de rumia que, en los casos más graves, conducen no ya a
la desesperanza sino a la desesperación. Cuando el yo volitivo está tan
deteriorado el impacto que reciben los yoes narrador y social pueden llegar a
ser tremendos.
¿Hasta dónde llega y en qué vericuetos anida la
esperanza? Hasta donde yo lo veo, la esperanza forma parte de la esencialidad
antropológica del ser humano facilitando el alivio de la angustia por sus
limitaciones y finitud. Además es el gran motor de la conciencia y alimenta en
buena medida el sentido de la vida, un propósito que persigue de una manera u
otra un bienestar personal extendido, prolongado, normalmente asentado en un
entorno de reconocimiento.
La esperanza es visión, ilusión, sueño y se va
construyendo y consolidando paso a paso. Llegados a este punto me atrevo a
considerar la esperanza antropológica del ser humano, más que el producto de su
consciencia, un principio inmaterial, del espíritu, anclado en su yo integral.
Un pensador de corte marxista tan relevante como Ernest Bloch muestra un tipo
de ser humano rodeado de injusticias y mal por doquier pero firmemente aferrado
a la esperanza. La esperanza en un mundo ideal, digno de ser vivido y que sitúa
en un horizonte intemporal, casi asintótico con la eternidad o en el terreno
creyente, como expresaba Teilhard de Chardin, convergiendo hacia el Cristo
cósmico.
Los cristianos creemos que el principio
esperanza procede de Dios y forma parte de su providencia respecto del hombre,
cuya finalidad última es aspirar a su encuentro con Él, una vez concluida la
aventura terrenal. Esta convicción, profunda, plenamente coherente con el deseo
y la búsqueda de trascendencia humana y la experiencia personal, choca con una
cultura occidental fuertemente influida por la aparente necesidad de explicarlo
todo desde una lógica cientificista basada en un determinismo absoluto[2],
concepto en clara regresión también desde una perspectiva científica real. Hoy
en día todas las ramas de la ciencia y la filosofía se mueven en hábitats
inciertos en los que posibilidades, probabilidades y conjeturas juegan al punto
en que la mera observación de un fenómeno condiciona su modo de respuesta,
eliminando posibilidades alternativas[3].
Las convicciones se diferencian totalmente de
las opiniones. Las opiniones no comprometen, ni requieren de argumentaciones
sólidas. Las convicciones y creencias tienen una lógica totalmente racional,
presentando como elementos confirmatorios las múltiples experiencias que se
transforman en huellas de camino, en sentido de vida, transformando
profundamente la persona.
Supongamos que tenemos una gran bolsa con bolas. Hago una primera
extracción y aparece una bola azul. Procedo a una segunda entresaca y
nuevamente obtengo una bola azul. Repito el experimento unas pocas veces más y
continúan saliendo bolas azules. Es posible que pueda haber bolas de distinto
color pero, al menos, las bolas azules parecen abundar. La opinión de que hay
bastantes bolas azules parece razonablemente fundada pero no me atrevo a
jugarme algo importante sobre el color de la bola en una próxima extracción.
Voy más allá, ocurre que en las siguientes dos mil extracciones
sale siempre la bola azul. La predicción de las probabilidades bayesianas con
las que trabaja mi mente me dicen que seguramente la extracción dos mil uno
dará por resultado una bola azul. Lo que tras media docena de extracciones era una
opinión: la gran mayoría de las bolas son azules se convierte en una creencia
al cabo de dos mil entresacas. ¿Es absolutamente seguro que todas las bolas
existentes en el saco son azules? Obviamente, no, pero mi convicción me dice
que sí. Tengo la confianza de que la próxima bola que saque será también azul.
Las creencias profundas
no nacen de bóbilis bóbilis. Funcionan en razón a la confianza que proporciona
muchas experiencias concatenadas que apuntan en la misma dirección. No
obstante, es posible que pudiera darse algún suceso suficientemente poderoso
como para modificar la trayectoria debilitando la confianza, incluso pudiendo acabar
con ella. El impacto sobre el yo integral sería notable. Es decir, las creencias
son elementos sustanciales de la configuración y expresión del yo existencial.
2.3 La
construcción de la esperanza
En la primera parte del
artículo se apunta que la neurociencia actual plantea un cuadro explicativo de
nuestro cerebro como si se tratara de una máquina de predicción, que pone a
prueba y mejora en cada momento sus hipótesis acerca del mundo y de uno mismo, disminuyendo incertidumbres y reduciendo al
máximo los errores de predicción. De esta manera el cerebro trabaja en la
dirección de predecir de manera continuada y cada vez más ajustada, en virtud
de la consecución del mejor patrón posible, que permita disminuir al mínimo los
errores de predicción. Nuestro cerebro está trabajando continuamente en la
tarea de predecir la mejor causalidad del mundo, de uno mismo y de los otros, estimulando
su adecuación funcional y el comportamiento y acciones consiguientes.
Proporciona el mejor pronóstico posible a la esperanza del futuro inmediato,
mediato y escatológico, en su caso.
En esencia, la esperanza
reside en la actitud y aptitud del hombre respecto de su futuro a través de un
proceso de actualización permanente. Las diversas conjeturas sobre lo inmediato
se van afinando, determinando la conjetura perceptiva que necesita para
afrontar su devenir en el seno del mundo en el que se mueve. En la medida que
las experiencias resultantes siguen una trayectoria sólida se consigue pasar de
opiniones puntuales, poco fundamentadas o poco comprometidas a convicciones,
creencias cada vez más profundas y transformadoras en la medida que afirmadas y
confirmadas de continuo.
La esperanza, ese futuro
conseguible no está exento de dificultades y esfuerzos. Se trata de un proceso
continuo de exploración y confirmación, no siempre en el momento sino en el
recorrido. Dice Leopold Szondi [4]que
la creencia es la función futurible del yo. Una creencia que se forja a través
de la experiencia. Este saber estructurado nos proporciona un modelo del mundo
que nos arma para salvaguardar nuestro yo en la realidad cotidiana y en el
devenir. Las convicciones se tornan tan
naturales que sirven como faros de orientación, ayudando a gestionar las
incertidumbres.
Realmente todo ser humano
tiene un sistema de creencias que le permiten maniobrar en la vida sin ser
necesariamente conscientes de cada acción que acomete. La conjetura perceptiva
está tan asentada que parece actuar en modo automático. Dice Ortega y Gasset:
si al ser humano se le quitaran las convicciones se le sumergiría en un mar de
dudas y vacilaciones incontrolable, traumático. Su esperanza desaparecería y su
futuro se vería cercenado, ensimismándose en una desesperanza o desesperación
lacerante.
Apunta con acierto Benedicto
XVI que cada persona debe de alguna forma tomar partido en relación a las decisiones
verdaderamente esenciales que se le presentan incontestablemente y nadie puede
hacerlo de otra forma que en modo de creencia en la que juegan intelecto y
hábito. En relación con el sentido de la vida o el destino final del ser humano
las creencias metahumanas no eliminan incertidumbres pero sí pueden llegar a
crear un clima de confianza sosegador. Por lo tanto, quien cree, espera; y
espera confiadamente. Porque esa es la otra dimensión de la esperanza, la
confianza. La confianza se va generando en la medida que las sucesivas experiencias
que marcan las conjeturas perceptivas convergen en la dirección pretendida.
2.4 La
esperanza en la realidad de la vida
Convicciones, creencias, esperanza orientada,
qué bien suenan pero no todo el monte es orégano. Constantemente están siendo
puestas a prueba en las circunstancias y coyunturas por las que discurre la
vida. Unas veces parecen circular cómodamente pero en otras su mantenimiento no
solo es difícil, sino en ocasiones heroico. De ahí que frecuentemente la
manutención de la esperanza sea equivalente a picar piedra desde la perseverancia
y, sobre todo, con una confianza que no sea ropaje de poner y quitar sino una
particularidad identitaria.
En la realidad de hoy nos podemos preguntar ¿en
qué medida las conjeturas perceptivas están enormemente condicionadas por la
presión de la información que llega del exterior? Una información enormemente
subjetiva y sugestiva que ayudan a configurar patrones no tanto buscando la
supervivencia del yo sino de la cultura dominante.
La sociedad occidental, que continúa siendo un
referente en el mundo, es profundamente antropocéntrica —aun a pesar de que modernas corrientes del pensamiento buscan
situar el mundo en su conjunto como el centro referencial (Desde el Génesis ya
aparece el ser humano como administrador y no dueño de la heredad)—, en un proceso de autodivinización del ser humano. Así, aparecen
como factores coadyuvantes: una globalización culturalmente uiformizadora, relativista,
propiciando el individualismo y los intereses particulares sobre los
comunitarios y el bien común; un desarrollo tecnológico a cualquier precio,
desapegado las más de las veces de valores éticos; un tratamiento de los
conceptos derecho/obligación como elementos de poder que dificultan el diálogo[5]; una
visión cortoplacista que transforma la esperanza en simple expectativa
recurrente en un ejercicio recurrente y circular de apetito-deseo-logro-insuficiencia-engaño-frustración.
En ese sentido, la cultura dominante es profundamente embaucadora, alejando las
conjeturas perceptivas de la esencia del ser humano.
¿Y qué hay de esa chispa de la existencia, de
ese principio esperanza?. Cuando la chispa se apantalla y oscurece y se ve
sustituida por el oropel propio de centrar en la finitud y limitación del ser
humano la referencia existencial, pierde
la supervivencia del yo, incluso, en su acontecer temporal. La pérdida del
sentido trascendente del ser humano, de la humanidad y del mundo en su conjunto
estimula la inhumanidad.
Una de las razones del ateísmo moderno radica
en la irreflexiva concentración del ser humano en sus propias fuerzas, sostiene
Benedicto XVI. La fe en el hombre científico y personalista es incapaz de
proporcionar respuestas sólidas, válidas a los desafíos actuales. La ética se
mueve en unas condiciones de precariedad que le impiden hacerse presente o
simplemente dejarse oír en un mundo infectado de relativismo. Una de las
víctimas de la cultura dominante es el valor del sentido comunitario —no me
estoy refiriendo lógicamente al concepto tribal tan extendido hoy—,
imprescindible para pasar de la coexistencia a la convivencia.
Y es que vivimos un mundo desesperanzado,
impaciente, en el que la ira se desborda con demasiada facilidad. Un mundo en
el que se generan patrones perceptivos que facilitan respuestas demasiado simples
para dar respuestas sólidas a la complejidad en el que se nueve. Son patrones equívocos
porque proporcionan respuestas efímeras, con un tipo de satisfacción que apenas
es flor de un momento o de un día, si acaso. Está claro: si la chispa, el
referente de la singularidad personal es limitado y caduco; si el sentimiento
comunitario está huérfano de convivencia, ese bienestar personal pretendido deja
mucho que desear.
¿Se puede llegar a medir la alegría del corazón,
ese bienestar íntimo incluso en situaciones personales difíciles? Un padre de
familia, de cierta edad, me comentaba hace algunas semanas la satisfacción que
sentía por el comportamiento de sus hijas echando una mano ante las
limitaciones de la madre por una enfermedad sobrevenida. Me comentaba, con brillo
en los ojos, la atención que su mujer, y también él, estaban recibiendo. Me
atreví a comentarle que, como decía Kant, la libertad es capacidad de elección
moral. El libre albedrío en una familia construida en armonía tiende a apuntar
en la dirección del cuidado y la atención. Si otros interese hubieran llevado a la
desatención la hondura de tu pena y pesar serían una medida bastante
significativa de la alegría que ahora sientes. El valor de la esperanza,
siempre enriquecedor, se contrapone a la carga de la desesperanza, siempre
pesada y limitante.
2.5 El
escenario de trabajo de la religión
El ateísmo imperante en la sociedad hace mucho
hincapié en el Carpe Diem, vive el momento como si no existiera un mañana. Realmente
es una expresión que sirve más que nada para justificar y quitar hierro a
ciertas actitudes, cuando menos imprudentes, porque la ansiedad y preocupación
por el mañana son algunas de las emociones más intensas que tiene el ser
humano, principalmente en los períodos en que va construyendo su identidad y
asentando su desarrollo personal y profesional. Pero, aunque carpe diem sea
simplemente una expresión de moda, no
deja de simbolizar el cortoplacismo imperante. En condiciones de ausencia de
Dios, los valores profundos que ayudan a la esperanza y al sentido de la vida
se apoyan en un humanismo muy dependiente de la fragilidad propia del ser
humano. Y esa esperanza soñada se ve muy dificultada y acotada.
La esperanza que proporcionan las religiones
provienen de que, de una manera u otra, la vida del ser humano está ligada a la
divinidad y, por lo tanto más allá de la lógica del espacio y el tiempo. Ese principio
afecta de manera notable las conjeturas perceptivas generando un tipo de
conciencia moral que lleva a propiciar la esperanza escatológica.
Kant preguntaba y se preguntaba, ¿qué nos es
dado esperar y cómo es posible aferrarse a la apertura del hombre hacia su
futuro? Pues, solamente desde la convicción de que la creencia es la función
futurible del yo. Y esa es la clave fundamental de las religiones que,
adicionalmente, proporcionan recursos que orientan el recorrido temporal hacia
ese futurible anhelado. El patrón de la creencia constituye un proceso
inductivo que permite establecer un modelo del mundo que prepara al ser humano
para afrontar tanto su presente como su devenir.
Cada persona se pronuncia en relación a las
decisiones esenciales siempre desde la creencia inductiva y, en términos de
honestidad, conducirá su vida en congruencia con su decisión. Según Ortega y
Gasset las convicciones profundas tienen una gran fuerza para gobernar las
circunstancias de la vida, incluso las más complicadas o exigentes. Muchas
veces los comportamientos derivados de tales creencias no son directamente
conscientes pero sostienen más que razonablemente las dudas de la vida
ordinaria y la gran duda del final del recorrido vital. Las religiones
proporcionan seguridad existencial en un mundo incierto y ante un final
catastrófico.
El cerebro trabaja continuamente mejorando las predicciones
de sus patrones de adaptación a las causas, circunstancias del mundo, de las
relaciones y del sentir personal y, en ese sentido, las religiones juegan un
papel muy relevante. Son muy conocidas en los ambientes médicos y psiquiátricos,
naturalmente en términos generales, el mayor sosiego y conformidad con que se
asume dolor y situación terminal en personas creyentes respecto de las que no
lo son.
Para el cristiano, la esperanza es un regalo de
Dios. “estamos llamados a una misma esperanza” (Ef 4,4) La esperanza del
cristiano se fundamenta en la confianza en un Dios que ilumina y cumple su
palabra por haberse abajado en Cristo a la condición humana, mostrando con su
muerte y resurrección su condición de camino, verdad y vida, un principio
esperanza que abarca a la humanidad entera. La condición paterna de Dios mostrada
a través de Jesucristo refuerza la condición de hermanos a todas las personas
que han sido, son y serán, amparados por el amor de Dios y guiados por su
palabra. Esa condición de fraternidad, mucho más allá de ideología, etnia, condición,
otorga unas propiedades adicionales de sinodalidad y pertenencia que ayudan a
participar real y activamente en la colectividad y permiten presentir con
esperanza el destino final en Dios.
2.6 Mi
visión de la conciencia en “A fe mía”
La formación de la conciencia como ese yo
personal, tal como lo describo en el primer capítulo del libro “A fe mía” se
basaba en la idea de un modelo en el que convicción, asentimiento y acción
están fuertemente iluminadas por un foco o fuente inspiradora, configurando de
esa manera una conciencia moral totalmente alejada de la idea tradicional de conciencia-gendarme.
Cuando me confronté con algunas de las modernas
teorías sobre la formación de la conciencia sentí mucha curiosidad y alguna
duda por si mis creencias se ponían en algún riesgo o quizá podría verme
obligado a un cierto ejercicio de prestidigitación para encajar los avances en
el conocimiento del cerebro y sus implicaciones en mis creencias. Lo digo sin
ningún rubor: me pudo mucho más la curiosidad que el temor y hoy es el día en
que me alegro muchísimo de haberme metido en estos berenjenales.
En el texto del libro venía a identificar la
conciencia como la representación del yo personal en cada momento, según las
diferentes circunstancias concurrentes. En esos momentos desconocía la función fenomenológica
de la conciencia/consciencia en base a unos patrones que están modelizando las
experiencias afinándolas a través de los sentidos y resultando las conjeturas
perceptivas más idóneas y probables respecto a las relaciones con el mundo, los
otros y uno mismo.
Sin embargo, de una manera bastante intuitiva
venía a poner de manifiesto que las convicciones, es decir, esas conjeturas
perceptivas favorables a la supervivencia, obedecían a una serie de hitos
congruentes con la cultura, el espíritu científico y la influencia decisiva de un
foco que no solo ilumina sino que contribuye a dar sentido a la vida; a lo que
en el texto se denomina el yo narrador. Igualmente apuntaba que de las convicciones
era preciso pasar al asentimiento y a la acción con una clara conexión con lo
que implica el yo volitivo. La propia idea de la conciencia extendida tiene
mucho que ver con el yo social, descrito con anterioridad. En el fondo venía a decir que convicciones
profundamente asentadas en patrones de vida actúan funcionalmente en la persona
provocando comportamientos y acciones transformantes. Es más, venía a asegurar que dichos
comportamientos y actuaciones, en la medida que siguen una orientación
concreta, dejan huella y generan confianza y, a través de la confianza,
esperanza.
Esa chispa de la existencia, ese principio
esperanza a la que me refería al comienzo de la segunda parte del artículo, es
lo que en el que en “A fe mía” denomino el foco o fuente inspiradora de una
conciencia moral. Si el foco estimulante es de naturaleza humana el recorrido
es, en el mejor de los casos, limitado y difícilmente puede contribuir a un
sentido de la vida superador de la fragilidad humana, al margen de cómo formula
las conjeturas la mente. Una vez más es posible observar los avances en el
conocimiento de la ciencia, y, en el caso del cerebro, en la caracterización y
funcionamiento de órganos y sistemas. Pero sigue sin poder encontrar esa
chispa, ese principio que permite y alimenta el motor de la metaesperanza,
Dios.
BIBLIOGRAFÍA
Bloch, Ernst. El principio esperanza, I,II y
II. Editorial Trotta, 2013, Madrid
Bruner, Emiliano. La evolución del cerebro
humano. Shackleton books, 2023, Barcelona
López Egaña, José Antonio. A fe mía. Editorial
Tinta mala, 2021
Mariño, Xurxo. Neuronas para la evolución.
Shackleton books, 2023, Barcelona
Ruiz Pérez, Guillermo. Un Cristo sin futuro.
Salud mental. Editorial PPC, 2023, Madrid
Seewald, Peter. Benedicto XVI. Ediciones
Mensajero, 2020, Zamudio
Seth, Anil. La creación del yo. Editorial Sexto
piso, 2022, Madrid
Weil, Simone. La persona y lo sagrado. Hermida
editores, 2019, Madrid
[1]
Guillermo Ruiz Pérez realiza su especialización psiquiátrica en el Hospital
Universitario de Rüdersdorf bei Berlin.
[2] Es la
lógica del apóstol Tomás, “si no lo veo no lo creo” o la dominante en un mundo
necesitado de una visión holística integral, “únicamente existe aquello que se
puede demostrar científicamente”
[3] No hace
falta acudir a universos paralelos para probar este comentario. Dependiendo de la
manera en que pretendamos examinar la unidad de luz, el fotón, la respuesta
podrá ser que el fotón es bien partícula o una onda. Cuando se actúa de una
forma determinada decaen todas las acciones potenciales alternativas posibles, eliminándose,
por consiguiente, incertidumbres. En la física cuántica el principio de indeterminación
es uno de sus postulados básicos.
[4] Leopold
Szondi psiquiatra y psicoanalista es conocido por ser el fundador del concepto
de “análisis del destino”
[5] Esta es
una reclamación permanente en Simone Weil. Pone muchas veces el ejemplo de
Jesús ante el Sanedrín: Jesús afirma haber hablado públicamente al mundo en
sinagogas y en el templo, por lo que no había nada secreto en su enseñanza, —¿por qué me interrogas,—
pregunta—? Al punto uno de los guardias le
abofetea por la respuesta al sumo sacerdote, —a
lo que Jesús responde:—: Si he hablado mal, demuéstrame la
maldad, pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?
Jesús podría haber aducido: tengo derecho
a esto o lo otro, o estás conculcando mis derechos. Probablemente Caifás podría
haber aducido entonces sus propios derechos con lo que se hubiera producido un
conflicto, ¿qué derecho prevalece? ¿quién tiene más razón y, sobre todo, más
fuerza? Sin embargo Jesús, pone al sumo sacerdote y al sayón ante su propia
responsabilidad y contradicción, con una técnica intachable, propiciando la
posibilidad del diálogo.