Una vía hacia la
reconciliación
Glencree demuestra que la memoria actualizada
de las víctimas es una semilla de reconciliación, un germen de salvación (Galo
Bilbao)
A lo largo de cinco años, con ETA en plena
dinámica violenta, tres grupos de víctimas de violencia de inspiración política
de diferente procedencia, fueron capaces de convivir y compartir emociones a lo
largo de diversos encuentros a caballo entre las localidades de Glencree en
Irlanda y Murua en Euskadi, pasando por Santa María de Mave en Palencia.
Variedad y diversidad, tanto desde la perspectiva sociopolítica de las víctimas
como desde la procedencia del rayo violento que colmó de terror e injusticia
sus vidas y relaciones, y todo ello en un contexto social muy complicado. ¿Cómo
pudo ser posible tal milagro en medio de las sombras? He aquí algunas claves.
En primer lugar las veintisiete víctimas
involucradas fueron capaces de aceptar la participación en un proceso, si no
improvisado sí condicionado totalmente a la voluntad de los participantes; por
lo tanto, debía construirse paso a paso, día a día, sin tener asegurado el final. En ese proceso eran
condiciones necesarias un diálogo continuo, muy difícil a lo largo de días de
convivencia en medio del secreto y la confidencialidad, puesto que cualquier filtración pública hubiera dado
al traste con el proceso.
Cabe imaginar por un momento el encuentro.
Personas que se desconocen entre ellas, con historias, vivencias e ideologías
muy distintas, sentadas de pronto en una mesa, unidas únicamente por una voluntad interior de
dar pasos hacia la normalización de sus propias vidas. Los ojos mirando hacia
ninguna parte, las mentes bullendo en una tormenta de sensaciones y
sentimientos. Tantas sacudidas interiores como interlocutores presentes.
Miedos: miedo al entorno, miedo a entrar en la culpabilización del otro, temor
a odiar, miedo a sentirse odiado; tensión, dificultad. Únicamente esa pequeña
luz de voluntad, esa necesidad de salir de un agujero tan profundo mantiene la
reunión. Es una apuesta de generosidad en el vacío.
Se inicia la conversación, cada persona
relata a trompicones su terrible experiencia con pudor, con temor. Poco a poco
las miradas se alinean y surge la chispa. De pronto personas tan distintas,
experiencias tan variadamente dolorosas se escuchan, se atienden. Todos los
relatos tienen un fondo común, el sufrimiento. Y el sufrimiento del otro o de
la otra es creíble y merece compasión. Y desde la compasión, poco a poco, se va
extendiendo la comprensión de que el otro es casi como uno mismo. Y eso une,
crea corrientes de empatía, superadoras de temores y prejuicios.
La comprensión desemboca en simpatía. No se
trata de debatir sobre suelos o techos éticos; no se pretende convencer a nadie de las verdades personales.
Más bien se trata de compartir relatos diferentes, complementando y ampliando
la verdad. El valor de esos testimonios de la victimación compartida, y en esa
misma medida comprendidos y asentidos, elimina prejuicios, quita vendas. Todos
los partícipes de la mesa se reconocen en el relato del otro. Aumenta la
libertad personal y crece el diálogo. La impresión humanizante de miradas
sinceras, de frente, sin esas mochilas que hacen ver en el otro un
representante de la otra trinchera, supera recelos, invita a la confianza,
supera barreras de incomprensión. ¿Qué puede haber más sólido que la compasión
compartida?
Quienes compartieron generosamente mesas de
convivencia en Glencree[1],en
Murúa o en Palencia son una luz de esperanza para una sociedad todavía
demasiado atrincherada o adormecida, desde que hace un poco más de un año
proclamaron públicamente sus experiencias vivificantes, sin necesidad de
renunciar a sus condiciones ideológicas o políticas. La presencia habitual de
estas personas en foros de reflexión testimoniando sus experiencias permite
abrir ventanas de esperanza, vías hacia esa reconciliación tan necesaria entre
nosotros.
[1] Glencree fue a comienzos del S.
XX un campamento militar del ejército de ocupación británico. Luego, un
hospital militar para pilotos alemanes derribados en la Segunda Guerra Mundial.
Más tarde, un orfanato para niños. En la actualidad un centro de búsqueda de caminos
hacia la paz, un símbolo muy valioso