Acabo de terminar de leer “Todas las almas”. Ha sido una
lectura como a sorbitos, pausada en términos temporales (un mes para doscientas
veinticinco páginas de un formato de bolsillo), aunque realmente agitada, mejor
dicho acelerada, habida cuenta que el momento de lectura coincidía con esos
primeros momentos del día activo, tras un desayuno igualmente apresurado,
compartiendo espacio mental con la planificación de la mañana, dominada
claramente por la función ama de casa y en segundo término por el oficio de
mentor, principalmente martes y jueves. Aunque creo ser un tipo que resuelve
razonablemente la concentración necesaria de cara al aprovechamiento de la
tarea entre manos, la mirada furtiva al tirano reloj me ha condicionado no poco
el proceso. De ahí esa inevitable fluctuación entre jornadas de diez minutos
miserables y otras de cuarenta minutos más convincentes.
Ante todo te diré que
me ha gustado. Es pronto para apuntarme como devoto de la causa Marías (he
descubierto que tiene una variada feligresía) pero el recorrido irregular por
las diferentes almas del libro ha dejado un rosario de pistas y sensaciones,
cuando menos, interesantes. Me ha gustado mucho la estrategia de relato en la
que el yo omnisciente adopta una posición de calculada ambigüedad. Es un método
de camuflaje perfecto que le permite jugar entre el “yo” y el “no yo” a sus
anchas sumiendo al lector profundo en cierta angustia vital. Funciona al modo y
manera de un prestidigitador que conduce por una vía lógica que en más de una
ocasión se transforma en un espejismo. Los lectores, me parece a mí, tendemos a
identificarnos o a aproximarnos con / y a los protagonistas de la ficción
permitiéndonos recrear mundos accesibles a esos sueños literarios. Reconozco
que he empatizado en muchos momentos y en el conjunto de la obra con el
narrador. He paladeado su soledad, su orfandad en ese mundo entre claustrofóbico
y de terciopelo y oropel del Oxford académico y urbano. Esa imagen de mirar
desganadamente por la ventana un domingo cualquiera desgranando los minutos con una lentitud
apabullante sintiéndose como un alienígena en el centro de un medio extraño; o
la de los paseos por las calles de la ciudad, también los domingos, sin un
rumbo definido, con la limitación añadida de su pequeña dimensión, me recuerdan
a ciertas fases de mi vida en las que, desde la interpretación de mi yo actual
ofrecen alguna similitud. El narrador, Javier Marías o ambos manifiestan una
nítida condición de supervivencia. Presentan una gran resiliencia a la
depresión, incluso al desencanto. Son, es capaz de reaccionar ante detalles que
le reconducen al equilibrio: Será la gitana que ofrece mercaderías frente a su
ventana, un tipo con un perro que le introduce en una asociación de furibundos
seguidores de Gawsworth (el rey escritor, soberano de una diminuta isla), la
opción de recurrir a la vieja librería alcanforada, son recursos valiosos para
romper la peligrosa senda del aburrimiento o la depresión para recuperar el
equilibrio a través de los detalles. Elementos circunstanciales más o menos
buscados, pero siempre aprehendidos, son capaces de poner suelo al agujero
abstracto en que podía verse recluido, proporcionándole el ajustado equilibrio
para la supervivencia intelectual y física. Salvando las distancias, simpatizo
con el personaje.
Deja puntos oscuros. No muestra el proceso de aproximación a
Clara Bayes, su sostén emocional y carnal a lo largo de su estancia oxfordiana.
Se trata de una mujer dominadora, equilibrada, segura de sí misma, fuerte,
capaz de dirigir y digerir el parejeo, pero que en el momento de la despedida,
allí en la habitación del hotel, desentraña su coraza dejando entrever la
angustia de niña y mujer ante la carta y poso de infidelidad que pone sobre la
mesa su madre ante su padre en la India. La verdad, la sinceridad excesiva,
aunque sea legítima y aplaudible, nunca debe obstaculizar el equilibrio y la
armonía, aunque tengan elementos ficción, de engaño. Muy interesante la
personalidad de la chica que marca el adulterio en unos límites estrictos que
no pongan en riesgo familia, equilibrio, sosiego. Qué mejor coartada que no
preguntar, no pedir ni dar explicaciones. La realidad no está construida sobre
acciones concretas sino sobre lo que debe ser, lo que interesa. No, no se trata
de apariencia, sino de una realidad enebrada en lo correcto, en lo que
proporciona estabilidad y, desde ella, sosiego, templanza, añoranza tranquila,
perdurabilidad. No se sabe, no se conoce lo que no interesa saber o conocer,
aquello que perturba la conveniencia. Es un ambiente de lata de conserva que
dura y dura como las pilas de duracell. Naturalmente es difícil asumir desde lo
meridional, o simplemente desde lo masculino esa ausencia de poder, esa
subordinación al control de ella, pero el tipo lo entiende y lo llega a
aceptar. No es Muriel, la chica “no gorda” ocasional, quien facilita la tarea
de requilibrio, salvo por lo que pudiera entenderse como “una limpieza de
bajos” en el mes de corte impuesto por Clara, por su dedicación completa al
hijo enfermo. Tampoco dice nada sobre la razón de ser de su estancia en Oxford.
Ni una palabra, ni un pensamiento sobre sus lecciones y sus alumnos. Y esto es
algo realmente sorprendente. Es verdad, que vive solo, que no tiene un entorno
suficientemente íntimo para descargar el día a día. Ese no comentario parece
acentuar su condición de paracaidista sin intención de dejar otra huella que la
puramente emocional y relacional en un círculo íntimo de dos o tres personas.
No dice nada de sus dificultades y de su progreso docente. A mí me suena no sé
si a falta de compromiso o a asegurar una vuelta a Madrid sin mirar atrás.
Estar y no estar. Nuevamente el juego del yo y el no-yo. Otra vez el truco, el
trilero Marías. Aquí me identifico mucho menos con el narrador, con el Marías.
Un personaje curioso que sirve a Macías o al narrador para
sus artimañas es el viejo ordenanza que ora vive en el presente, ora vive en el
pasado y para quien el futuro es unas veces presente y otras pasado. El tiempo
desaparece, deja de existir, no cuenta. Todas las almas desfilan
continuadamente entremezclándose entre sí y con los demás y con el tiempo. Es
Imperio Británico, Phileas Fogg, inmutable; predecible de puro organizado,
planificado, sin un resquicio a la improvisación, a la innovación; flema
británica, delgada línea roja frente a los estruendosos tambores de cambio. Un
símbolo de la globalidad universal inglesa: única, imperturbable, aislada,
decadente. Oxford. Oxford y los trenes. ¿Podría imaginarse alguien un Reino
Unido sin trenes? Trenes en la metrópoli; trenes en las colonias; trenes para
transportar proletarios a las urbes fabriles o para albergar alguna de los
mejores marcos para la concepción y el asesinato, como el Orient Express.
Trenes donde residen los primeros grandes cajones del palacio de la memoria del
gran historiador Tony Jud y que condicionan y configuran su reflexión y su
curiosidad por el paisaje del territorio, de los países y de los pueblos.
Trenes que servían para los desplazamientos del narrador en sus aventuras
exploratorias y lúdico-amatorias. Trenes. Yo viví hasta los catorce años en un
tercer piso que proyectaba la sombra de su pequeño balcón sobre las vías del
tren de Bilbao a Santurce y Triano. El pensamiento, la recreación, las
vivencias de trenes, grúas, locomotoras, vagones de de mercancía; el movimiento
portuario, los barcos, me congratulan con la Clara Bayes niña observando fija y
continuadamente el Ganges (no me acuerdo si era realmente ese río), el puente
que lo sobrevolaba y los trenes que, en este caso, circulaban con aleatoriedad
de la imprecisión horaria.
No soy ningún experto en análisis literario, más bien soy un
ignorante pleno. Por hacer algún comentario apunto que su estilo es culto,
denota densidad, profundidad. Está alejado del habitual actual de corte
periodístico, ligero, espumoso, tan fácil de leer que discurre como los rayos
del sol a través de los cristales, sin rayarlos, ni mancharlos, dejando poca o
ninguna huella. En “Todas las almas” los párrafos son densos, largos, no se
limitan a expresar una idea sino que conjugan varias, permitiéndose flash back
y algún que otro salto adelante. La acción y el pensamiento se mezclan
continuamente, no dejando demasiados huecos a la interpretación lectora. El manejo del idioma es brillante y utiliza
fórmulas retóricas que me resultan muy interesantes y atractivas: el uso
frecuente de paradojas afirmativo negativas como el uso del yo y del no yo o
del estar y no estar, ser y no ser. Ese tipo de figura literario dota de una
ambigüedad expresiva que da muchísimo juego a todo ese juego de
contradicciones, emociones, ambivalencias tan típicas de la personalidad
humana, que permiten construir ese conjunto de elementos de generosidad y villanía
tan típico de las personas.
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