domingo, 5 de abril de 2015

Mi impresión sobre el libro "Todas las almas" de Javier Marías

Acabo de terminar de leer “Todas las almas”. Ha sido una lectura como a sorbitos, pausada en términos temporales (un mes para doscientas veinticinco páginas de un formato de bolsillo), aunque realmente agitada, mejor dicho acelerada, habida cuenta que el momento de lectura coincidía con esos primeros momentos del día activo, tras un desayuno igualmente apresurado, compartiendo espacio mental con la planificación de la mañana, dominada claramente por la función ama de casa y en segundo término por el oficio de mentor, principalmente martes y jueves. Aunque creo ser un tipo que resuelve razonablemente la concentración necesaria de cara al aprovechamiento de la tarea entre manos, la mirada furtiva al tirano reloj me ha condicionado no poco el proceso. De ahí esa inevitable fluctuación entre jornadas de diez minutos miserables y otras de cuarenta minutos más convincentes.
 Ante todo te diré que me ha gustado. Es pronto para apuntarme como devoto de la causa Marías (he descubierto que tiene una variada feligresía) pero el recorrido irregular por las diferentes almas del libro ha dejado un rosario de pistas y sensaciones, cuando menos, interesantes. Me ha gustado mucho la estrategia de relato en la que el yo omnisciente adopta una posición de calculada ambigüedad. Es un método de camuflaje perfecto que le permite jugar entre el “yo” y el “no yo” a sus anchas sumiendo al lector profundo en cierta angustia vital. Funciona al modo y manera de un prestidigitador que conduce por una vía lógica que en más de una ocasión se transforma en un espejismo. Los lectores, me parece a mí, tendemos a identificarnos o a aproximarnos con / y a los protagonistas de la ficción permitiéndonos recrear mundos accesibles a esos sueños literarios. Reconozco que he empatizado en muchos momentos y en el conjunto de la obra con el narrador. He paladeado su soledad, su orfandad en ese mundo entre claustrofóbico y de terciopelo y oropel del Oxford académico y urbano. Esa imagen de mirar desganadamente por la ventana un domingo cualquiera  desgranando los minutos con una lentitud apabullante sintiéndose como un alienígena en el centro de un medio extraño; o la de los paseos por las calles de la ciudad, también los domingos, sin un rumbo definido, con la limitación añadida de su pequeña dimensión, me recuerdan a ciertas fases de mi vida en las que, desde la interpretación de mi yo actual ofrecen alguna similitud. El narrador, Javier Marías o ambos manifiestan una nítida condición de supervivencia. Presentan una gran resiliencia a la depresión, incluso al desencanto. Son, es capaz de reaccionar ante detalles que le reconducen al equilibrio: Será la gitana que ofrece mercaderías frente a su ventana, un tipo con un perro que le introduce en una asociación de furibundos seguidores de Gawsworth (el rey escritor, soberano de una diminuta isla), la opción de recurrir a la vieja librería alcanforada, son recursos valiosos para romper la peligrosa senda del aburrimiento o la depresión para recuperar el equilibrio a través de los detalles. Elementos circunstanciales más o menos buscados, pero siempre aprehendidos, son capaces de poner suelo al agujero abstracto en que podía verse recluido, proporcionándole el ajustado equilibrio para la supervivencia intelectual y física. Salvando las distancias, simpatizo con el personaje.
Deja puntos oscuros. No muestra el proceso de aproximación a Clara Bayes, su sostén emocional y carnal a lo largo de su estancia oxfordiana. Se trata de una mujer dominadora, equilibrada, segura de sí misma, fuerte, capaz de dirigir y digerir el parejeo, pero que en el momento de la despedida, allí en la habitación del hotel, desentraña su coraza dejando entrever la angustia de niña y mujer ante la carta y poso de infidelidad que pone sobre la mesa su madre ante su padre en la India. La verdad, la sinceridad excesiva, aunque sea legítima y aplaudible, nunca debe obstaculizar el equilibrio y la armonía, aunque tengan elementos ficción, de engaño. Muy interesante la personalidad de la chica que marca el adulterio en unos límites estrictos que no pongan en riesgo familia, equilibrio, sosiego. Qué mejor coartada que no preguntar, no pedir ni dar explicaciones. La realidad no está construida sobre acciones concretas sino sobre lo que debe ser, lo que interesa. No, no se trata de apariencia, sino de una realidad enebrada en lo correcto, en lo que proporciona estabilidad y, desde ella, sosiego, templanza, añoranza tranquila, perdurabilidad. No se sabe, no se conoce lo que no interesa saber o conocer, aquello que perturba la conveniencia. Es un ambiente de lata de conserva que dura y dura como las pilas de duracell. Naturalmente es difícil asumir desde lo meridional, o simplemente desde lo masculino esa ausencia de poder, esa subordinación al control de ella, pero el tipo lo entiende y lo llega a aceptar. No es Muriel, la chica “no gorda” ocasional, quien facilita la tarea de requilibrio, salvo por lo que pudiera entenderse como “una limpieza de bajos” en el mes de corte impuesto por Clara, por su dedicación completa al hijo enfermo. Tampoco dice nada sobre la razón de ser de su estancia en Oxford. Ni una palabra, ni un pensamiento sobre sus lecciones y sus alumnos. Y esto es algo realmente sorprendente. Es verdad, que vive solo, que no tiene un entorno suficientemente íntimo para descargar el día a día. Ese no comentario parece acentuar su condición de paracaidista sin intención de dejar otra huella que la puramente emocional y relacional en un círculo íntimo de dos o tres personas. No dice nada de sus dificultades y de su progreso docente. A mí me suena no sé si a falta de compromiso o a asegurar una vuelta a Madrid sin mirar atrás. Estar y no estar. Nuevamente el juego del yo y el no-yo. Otra vez el truco, el trilero Marías. Aquí me identifico mucho menos con el narrador, con el Marías.
Un personaje curioso que sirve a Macías o al narrador para sus artimañas es el viejo ordenanza que ora vive en el presente, ora vive en el pasado y para quien el futuro es unas veces presente y otras pasado. El tiempo desaparece, deja de existir, no cuenta. Todas las almas desfilan continuadamente entremezclándose entre sí y con los demás y con el tiempo. Es Imperio Británico, Phileas Fogg, inmutable; predecible de puro organizado, planificado, sin un resquicio a la improvisación, a la innovación; flema británica, delgada línea roja frente a los estruendosos tambores de cambio. Un símbolo de la globalidad universal inglesa: única, imperturbable, aislada, decadente. Oxford. Oxford y los trenes. ¿Podría imaginarse alguien un Reino Unido sin trenes? Trenes en la metrópoli; trenes en las colonias; trenes para transportar proletarios a las urbes fabriles o para albergar alguna de los mejores marcos para la concepción y el asesinato, como el Orient Express. Trenes donde residen los primeros grandes cajones del palacio de la memoria del gran historiador Tony Jud y que condicionan y configuran su reflexión y su curiosidad por el paisaje del territorio, de los países y de los pueblos. Trenes que servían para los desplazamientos del narrador en sus aventuras exploratorias y lúdico-amatorias. Trenes. Yo viví hasta los catorce años en un tercer piso que proyectaba la sombra de su pequeño balcón sobre las vías del tren de Bilbao a Santurce y Triano. El pensamiento, la recreación, las vivencias de trenes, grúas, locomotoras, vagones de de mercancía; el movimiento portuario, los barcos, me congratulan con la Clara Bayes niña observando fija y continuadamente el Ganges (no me acuerdo si era realmente ese río), el puente que lo sobrevolaba y los trenes que, en este caso, circulaban con aleatoriedad de la imprecisión horaria.

No soy ningún experto en análisis literario, más bien soy un ignorante pleno. Por hacer algún comentario apunto que su estilo es culto, denota densidad, profundidad. Está alejado del habitual actual de corte periodístico, ligero, espumoso, tan fácil de leer que discurre como los rayos del sol a través de los cristales, sin rayarlos, ni mancharlos, dejando poca o ninguna huella. En “Todas las almas” los párrafos son densos, largos, no se limitan a expresar una idea sino que conjugan varias, permitiéndose flash back y algún que otro salto adelante. La acción y el pensamiento se mezclan continuamente, no dejando demasiados huecos a la interpretación lectora.  El manejo del idioma es brillante y utiliza fórmulas retóricas que me resultan muy interesantes y atractivas: el uso frecuente de paradojas afirmativo negativas como el uso del yo y del no yo o del estar y no estar, ser y no ser. Ese tipo de figura literario dota de una ambigüedad expresiva que da muchísimo juego a todo ese juego de contradicciones, emociones, ambivalencias tan típicas de la personalidad humana, que permiten construir ese conjunto de elementos de generosidad y villanía tan típico de las personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario